viernes, 18 de noviembre de 2011

LA PRIMA DE RIESGO Y EL DESENLACE PRESENTIDO: ESPERANDO A LA CABALLERÍA

Algunos lectores de ZD no habrán hecho la mili y, por tanto, les resultará extraña o absurda la inmemorial consigna con que los padres nos entregaban a aquella experiencia de la que, supuestamente, volveríamos hechos unos hombrecitos: que nadie se fije en ti, no destaques ni para bien ni para mal, ni por arriba ni por abajo, que nadie pueda recordar ni tu nombre ni tu número.
Lo que viene ocurriendo desde hace meses con la llamada prima de riesgo me recuerda vivamente aquellas desgracias –muchas veces imaginarias – que lloverían sobre nosotros durante el servicio militar si por alguna razón atraíamos la atención de oficiales y suboficiales de la compañía. Los países amenazados de ruina son aquellos que no han conseguido desarrollar una habilidad especial para pasar desapercibidos a los ojos de los mercados y de las agencias de calificación de riesgos. Agencias y mercados desempeñan hoy con despiadado entusiasmo el mismo papel que oficiales y suboficiales desempeñaban en el campamento de instrucción de reclutas.
En el día de ayer, el Tesoro español llevó a cabo una subasta de bonos a diez años por los que hubo de ofrecer una rentabilidad del 7,088% con tal de conseguir que los participantes en la misma (bancos y casas de bolsa) le prestasen 3.563 millones de euros. El dato ha sido recibido en los medios de comunicación con un comportamiento que cabría equiparar al de un bombero que se dedicase a lanzar gasolina con su manguera.
“Un coste insoportable”, titula su editorial de hoy el diario EL PAÍS. “Los costes financieros que debe pagar España crecen sin tasa ni media”, escribe el editorialista; y concluye: “Es una situación insostenible; la economía no puede permitirse ese coste de financiación durante mucho tiempo”.
¿Insostenible? ¿Insoportable? He aquí las palabrejas que caen sobre nosotros como si fueran chuzos de punta. Pero tratemos de sobreponernos al miedo, a la amenaza de plagas bíblicas que se cierne en nuestro horizonte, y echemos un vistazo a algunos datos objetivos. A lo largo de todo el año el Tesoro español ha venido colocando sus títulos a largo plazo con una rentabilidad por debajo del 5,5%. Quiere decirse que el coste adicional de esta última subasta viene a ser de unos 53,5 millones anuales en intereses que habrá que pagar. ¿Qué representa esa cantidad dentro de la partida total de más de 30.000 millones de euros anuales que España dedica a pagar los intereses de su deuda? Apenas nada. La confusión y el pánico subsiguiente vienen de creer que las rentabilidades del mercado secundario de la deuda se trasladan automáticamente a todo el volumen de títulos emitidos anteriormente, creencia falsa que quizá algunos promueven para que aceptemos sin rechistar esa musiquilla que tanto les gusta: ajustes y más ajustes, recortes y más recortes, disciplina y más disciplina. Ese traslado de rentabilidades se produce mucho más lentamente de lo que cabría deducir ateniéndose a las voces de alarma que se oyen por todas partes.
Como ha tenido a bien recordarnos el señor Rajoy, España tiene una deuda pública total de 700.000 millones de euros. Por cierto, se le ha olvidado añadir que esto de la deuda pública no es de hace dos días, que también durante los años en que gobernó el PP de José María Aznar teníamos un volumen de deuda aún mayor en términos de porcentaje sobre el PIB. Y, por supuesto, se le ha olvidado subrayar que esa deuda nuestra es inferior a la que tienen los alemanes, con todo lo gallitos e intransigentes que se ponen.
Pero volvamos a los datos objetivos. España tiene que renovar cada año un 10% de la deuda en circulación y además tiene que buscar financiación para el déficit anual. En estos momentos, pues, el Tesoro necesita captar unos 120.000 millones anuales para cubrir sus necesidades. El coste medio anual de los títulos ya emitidos (los intereses que hay que pagar) está en torno al 4,5%, lo que viene a dar esos más de 30.000 millones que citábamos más arriba y que representan, más o menos, un 3,2 de nuestro PIB. En el supuesto de que la prima de riesgo siguiera donde está ahora, el coste adicional de financiación (un 2,5 más sobre 120.000 millones) vendría a ser de unos 3.000 millones de euros: ¡tardaríamos tres años en incrementar un 1% del PIB la partida dedicada a pagar los intereses de la deuda! Evidentemente, cuantos menos intereses haya que pagar mucho mejor (mucho mejor para el Estado, que no para los ahorradores), pero no parece que sea como para rasgarse las vestiduras el hecho de que la partida destinada al abono de intereses se incremente en 3.000 millones anuales dentro de un presupuesto público total de 350.000 millones, y más teniendo en cuenta que el Tesoro recupera una parte de esos intereses por la vía del impuesto sobre las plusvalías.
Más datos objetivos. A los medios de comunicación en general, a los líderes de opinión, a los analistas y a los líderes políticos se les olvida recordar que la prima de riesgo aumenta no sólo por los intereses que se exigen a la deuda española: se incrementa también por los intereses que dejan de exigirse a la deuda alemana. No es normal –si en las circunstancias actuales cabe hablar de normalidad- que los ahorradores, los inversores, los gestores de fondos de inversión y de pensiones, los responsables de las carteras de los bancos (en definitiva, es puñado de seres de carne y hueso a los que conocemos con el nombre genérico de “mercados”) prefieran prestarle el dinero a Alemania al precio irrisorio de un 2% antes que prestárselo a España o a Italia al 6 y pico por ciento. Si a los intereses que a día de hoy se le exigen a Alemania les restamos los impuestos y la inflación esperada, resulta que el retorno que un inversor recibirá por su dinero es negativo en términos reales. La única posibilidad que tiene de que ese retorno resulte positivo es que otros inversores –aún más miedosos o más irracionales- estén dispuestos a comprar los títulos en el futuro a tasas de interés aún más reducidas. Esa no es una situación normal, se mire como se mire.
La pregunta que cabe hacerse es: si los datos objetivos son los que son, por qué tanta alarma. Creo que la respuesta es no la situación actual en sí misma, sino la convicción extendida de que en cualquier momento puede desatarse una espiral de pánico incontrolable. Los líderes políticos europeos no están lanzando los mensajes adecuados para recuperar la confianza, pero los integrantes de “los mercados” (aun admitiendo que actúan de buena fe y no por puro afán especulativo) tampoco están actuando de un modo muy racional: si un banco, o un fondo de pensiones, estaba dispuesto hace unos meses a comprar deuda española al 5% no veo razón alguna para que no quiera comprarla al 6,5.
Casi todas las miradas se han vuelto hacia el Banco Central Europeo para pedirle que emplee toda su capacidad disuasoria a fin de evitar la espiral de pánico, que haga lo mismo que están haciendo la Reserva Federal de los Estados Unidos o el Banco de Inglaterra. Y no cabe duda de que podría hacerlo, con su liquidez sin límites. Pero muchos olvidan un detalle: el retorno a la normalidad, a la confianza, tienen que basarse también en el comportamiento de los inversores, de la gente que maneja dinero y tiene capacidad para decidir a quién se lo presta y a quién no. Tan solo un ejemplo al respecto: si los chinos hicieran con la ingente cantidad de deuda americana que acumulan lo mismo que están haciendo “los mercados” en Europa con la deuda española o italiana, la bóveda celeste se desplomaría sobre nuestras cabezas.
¿Oiremos al final en lontananza el cornetín de la caballería? Yo me inclino a creer que sí, pero también podría ser que no. Y en este caso, conviene dejar claro que las culpas del desastre no podrán cargarse en exclusiva a la cuenta del BCE, serán culpas muy repartidas.