En una de las más famosas novelas de García
Márquez el personaje principal acaba pronosticando que comerán mierda si nadie
se digna escribirle para comunicarle la concesión y cuantía de la paga que cree
tener bien merecida como servidor de la patria. Una historia que podría haber
servido como inspiración para esos dirigentes de UGT que han diseñado y lanzado
la campaña de lazos marrones contra la subida “de mierda” aprobada por el
Gobierno para la paga de los pensionistas en 2018.
El lenguaje un poco montaraz elegido por los
compañeros ugetistas se corresponde, según han explicado ellos mismos, con la
indignación que crece entre los jubilados como un mar de fondo que acabará
golpeando con furia a los culpables de esta afrenta. De hecho, la Coordinadora
Estatal por la defensa del Sistema Público de Pensiones tiene convocada una
gran movilización para el próximo 22 de febrero. Son cinco ejercicios ya – cómo
pasa el tiempo – con subidas anuales del 0,25%. Así que es comprensible que uno
pueda encontrar en el periódico cartas de alguno de estos indignados que vienen
a decirle al señor Presidente del Gobierno que, puesto que la subida mensual no
da ni para un café, puede meterse por
donde le quepa esa subida “de mierda”.
La indignación, o las indignaciones que se
alimentan unas a otras, son como aquella poderosa palanca ( con su
correspondiente punto de apoyo, claro) que reclamaba Arquímedes para mover el
mundo. Pero debo reconocer que no comparto, al menos por ahora, esta
indignación. Quizás se deba a que me emocionan más las grandes cifras de la
macroeconomía que las pequeñas miserias que uno puede ver cuando pone al día la
cartilla de ahorros en el cajero automático.
Pero antes de aportar alguna de esas
grandes cifras, permítaseme exponer algunos ejemplos de otras subidas. Una
cajera de un hipermercado a la que le suben el 1% y, en limpio, eso no le da ni
para comprar las entradas del cine; un conductor de autobuses interurbanos que
ve “crecer” su sueldo en menos de 15 euros al mes; un cirujano de la Seguridad
Social que obtiene una subida – la prometida por Cristóbal Montoro – con la que
no tiene ni para sacar a su chica a cenar una noche. Menudo mundo de mierda.
Tal vez deberíamos llegar a la conclusión de que un mundo sin inflación – o con
inflación muy baja – es el infierno y que el verdadero mundo divertido y
emocionante está en Argentina, por ejemplo, donde los precios crecieron un 25%
en 2017.
También en España hemos conocido períodos
de inflación muy alta que estuvieron muy cerca de acabar en ruina total:
recuerden los Pactos de La Moncloa y la
inflación de un 28% que habíamos sufrido el año anterior. Y quizás lo que nos
pasa es que no hemos adaptado aún nuestras mentes a un contexto de estabilidad.
Por eso tenemos que repetírnoslo una vez más: la estabilidad de precios
es una bendición. Imaginen un mundo en el que los ahorros de toda una vida
se deterioran a un ritmo del 25% anual. El turco Orhan Pamuk, Premio Nobel de
Literatura, relata en una de sus novelas cómo sus compatriotas de Estambul lo primero que hacían cada mes era acudir a
una casa de cambios para obtener marcos alemanes en lugar de sus depauperadas
liras. Por algo sería, puesto que no cabe poner en duda el patriotismo de los
turcos.
Cinco años ya con el 0,25%, es cierto, pero
mientras escribo estas líneas me tomo un té por el que me cobran prácticamente
lo mismo que me cobraban cuando
empezaron a circular los billetes del euro. Entre diciembre de 2013 y diciembre
de 2017 los precios han subido en España, según el Instituto Nacional de
Estadística, un 1,6%. Y entre enero de 2014, primer ejercicio en que se
aplicaron las subidas “de mierda”, y
enero de 2018, las pensiones han subido un 1,256%. No me parece que esa pérdida
de poder adquisitivo, que podemos cifrar en unas 35 centésimas, sea para
rasgarse las vestiduras. Y más si tenemos en cuenta que en los años peores de
la crisis hubo pequeñas ganancias de poder adquisitivo, puesto que en algunos
ejercicios el IPC tuvo una variación negativa.
Por otra parte, pese a las subidas “de
mierda”, el gasto en pensiones sigue creciendo a tasas de nada menos que el 3%
anual, según los datos facilitados por la Seguridad Social. Un incremento
manejable cuando el PIB también crece por encima de esa cifra, pero piensen por
un momento en qué pasa cuando la actividad económica se estanca o retrocede,
como pasó a partir de 2008.
En conclusión, yo sugeriría a los líderes
sindicales y políticos que se fijen menos en la cuantía absoluta de la subida y
más en el contexto de estabilidad de precios que tenemos la fortuna de
disfrutar. Mi impresión es que tenemos unas pensiones en consonancia con el
país que tenemos, que desde luego no es un país de miseria, como atestiguan los
6,2 billones de riqueza financiera e inmobiliaria acumulada por las familias
españolas, aunque esté tan desigualmente repartida.
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