Cuando leí el título que Juan Carlos Rodríguez Ibarra había elegido para su libro de memorias/reflexiones ("Rompiendo cristales"), lo primero que se me vino a la cabeza fue la figura contrahecha y rebelde de Óscar Matzerath, el inolvidable protagonista de "El Tambor de hojalata", una de las mejores novelas del Siglo XX. Óscar se niega a crecer para no tener que incorporarse al mundo cruel y turbulento de los adultos, y no sólo era capaz de confundir con su tambor a toda una formación de nazis, sino que podía romper, con su poderosísima voz, las vidrieras de la catedral, si algo le contrariaba o si tenía a bien hacer una declaración de principios.
Rodríguez Ibarra, que no quiere que se le tome por un político en el dique seco, ha sido toda su vida como el pequeño Óscar de la novela de Günter Grass. Cuando algo no le gusta, cuando quiere llamar la atención o hacer una declaración de principios, se dedica a pegarle pedradas a los cristales que encuentra más a mano. Anoche, con Felipe González haciéndole de telonero, rompió unos cuantos. Por ejemplo, propuso a Guillermo Fernández Vara, el actual Presidente de la Junta de Extremadura, como sustituto de Rodríguez Zapatero, si éste decide no presentarse a las elecciones de 2.012.
Propuso también una reforma de la Ley Electoral para "acabar con los nacionalistas". Su argumento es que la presencia de los nacionalistas en el Congreso distorsiona el normal desenvolvimiento de España como Estado, porque "no es posible pactar desde el poder central con aquellos que lo que buscan es destruir el poder central". Una vez confinados los nacionalistas al Senado, como cámara de representación territorial, Ibarra cree que "los demócratas deberíamos ser capaces de hacer, por primera y única vez, una oferta/ultimátum a los terroristas de ETA para acabar de una vez con este problema". El ex-Presidente de Extremadura rompe los cristales sin tregua ni cuartel, en la confianza de que alguien vendrá detrás y los recompondrá. No explicó qué deberíamos hacer los demócratas para el caso probable de que los terroristas hicieran oídos sordos a tan estrambótica oferta/ultimátum.
Estuve en el Círculo de Bellas Artes en la presentación del libro, publicado por Planeta, y fui testigo, junto con otros cientos de personas, de los gestos de asombro que hacía Felipe González escuchando las palabras de su amigo Rodríguez Ibarra. Hay entre ellos una vieja herida que aún duele a veces, como esas fracturas óseas que nos sirven de barómetro personal y nos anuncian los cambios del tiempo. Esa herida se llama Alfonso Guerra.
Los dos, Felipe y Juan Carlos, abordaron el asunto de la dimisión de Guerra. González sorprendió al auditorio cuando, nada más comenzar su turno de palabra, quiso exponer su versión de aquel episodio, ocurrido hace casi 18 años. "Yo no cesé a Alfonso Guerra -dijo González, y en la sala se hizo un silencio expectante-, yo creía que debía dimitir, pero nunca le habría cesado si él no hubiera dimitido". Manda huevos el sibilino Felipe: a ver quién es el guapo que se queda en su sillón después de que el "number one", o sea, Dios, venga y le diga que debería dimitir.
Rodríguez Ibarra calificó al tándem González/Guerra como la mejor pareja política que ha dado España en el Siglo XX. De no haberse producido el distanciamiento entre ambos -aseguró- la derecha no habría ganado nunca y los socialistas seguirían gobernando ininterrumpidamente desde el 82. Ese distanciamiento lo sufrió Ibarra en sus propias carnes y comenzó, según él, cuando Felipe y Alfonso, acostumbrados a entenderse sin palabras, necesitaron explicarse el uno al otro. Guerra estaba entre el público asistente, pero anoche no tuvo oportunidad de exponer su versión.
Dijo González que él e Ibarra están de acuerdo en una cosa respecto a la estructura política de España: "distribuir el poder es bueno, pero centrifugarlo es un disparate". Luego asistimos a sus recuerdos discrepantes sobre el sentido de sus largos diálogos peripatéticos por el Parque Nacional de Monfragüe. Según González, a Ibarra no le gustaba salir al campo y fue él quien tuvo que aficionarlo y explicarle la diferencia entre una encina y un alcornoque. Pero Ibarra aseguró que en aquellos paseos González trataba de sondearlo sobre el problema de Guerra y por eso él se hacía el loco preguntándole al Jefe si lo que veían era un olivo o un roble.
Otro par de cristales rotos para el final: Ibarra cree que el Rey debería abdicar ya en Felipe para que éste, una vez entronizado, pudiera promover un nuevo de pacto por la convivencia, como el que hizo posible la Transición y luego la Democracia. A pesar de esa vocación pactista, Rodríguez Ibarra afirma, un poco contradictoriamente, que "a la derecha le gustaría parar la democracia". Por las escalinatas del Círculo de Bellas Artes vi bajar a Francisco Álvarez Cascos, quien no parecía entusiasmado por lo que acababa de escuchar.
Rodríguez Ibarra, que no quiere que se le tome por un político en el dique seco, ha sido toda su vida como el pequeño Óscar de la novela de Günter Grass. Cuando algo no le gusta, cuando quiere llamar la atención o hacer una declaración de principios, se dedica a pegarle pedradas a los cristales que encuentra más a mano. Anoche, con Felipe González haciéndole de telonero, rompió unos cuantos. Por ejemplo, propuso a Guillermo Fernández Vara, el actual Presidente de la Junta de Extremadura, como sustituto de Rodríguez Zapatero, si éste decide no presentarse a las elecciones de 2.012.
Propuso también una reforma de la Ley Electoral para "acabar con los nacionalistas". Su argumento es que la presencia de los nacionalistas en el Congreso distorsiona el normal desenvolvimiento de España como Estado, porque "no es posible pactar desde el poder central con aquellos que lo que buscan es destruir el poder central". Una vez confinados los nacionalistas al Senado, como cámara de representación territorial, Ibarra cree que "los demócratas deberíamos ser capaces de hacer, por primera y única vez, una oferta/ultimátum a los terroristas de ETA para acabar de una vez con este problema". El ex-Presidente de Extremadura rompe los cristales sin tregua ni cuartel, en la confianza de que alguien vendrá detrás y los recompondrá. No explicó qué deberíamos hacer los demócratas para el caso probable de que los terroristas hicieran oídos sordos a tan estrambótica oferta/ultimátum.
Estuve en el Círculo de Bellas Artes en la presentación del libro, publicado por Planeta, y fui testigo, junto con otros cientos de personas, de los gestos de asombro que hacía Felipe González escuchando las palabras de su amigo Rodríguez Ibarra. Hay entre ellos una vieja herida que aún duele a veces, como esas fracturas óseas que nos sirven de barómetro personal y nos anuncian los cambios del tiempo. Esa herida se llama Alfonso Guerra.
Los dos, Felipe y Juan Carlos, abordaron el asunto de la dimisión de Guerra. González sorprendió al auditorio cuando, nada más comenzar su turno de palabra, quiso exponer su versión de aquel episodio, ocurrido hace casi 18 años. "Yo no cesé a Alfonso Guerra -dijo González, y en la sala se hizo un silencio expectante-, yo creía que debía dimitir, pero nunca le habría cesado si él no hubiera dimitido". Manda huevos el sibilino Felipe: a ver quién es el guapo que se queda en su sillón después de que el "number one", o sea, Dios, venga y le diga que debería dimitir.
Rodríguez Ibarra calificó al tándem González/Guerra como la mejor pareja política que ha dado España en el Siglo XX. De no haberse producido el distanciamiento entre ambos -aseguró- la derecha no habría ganado nunca y los socialistas seguirían gobernando ininterrumpidamente desde el 82. Ese distanciamiento lo sufrió Ibarra en sus propias carnes y comenzó, según él, cuando Felipe y Alfonso, acostumbrados a entenderse sin palabras, necesitaron explicarse el uno al otro. Guerra estaba entre el público asistente, pero anoche no tuvo oportunidad de exponer su versión.
Dijo González que él e Ibarra están de acuerdo en una cosa respecto a la estructura política de España: "distribuir el poder es bueno, pero centrifugarlo es un disparate". Luego asistimos a sus recuerdos discrepantes sobre el sentido de sus largos diálogos peripatéticos por el Parque Nacional de Monfragüe. Según González, a Ibarra no le gustaba salir al campo y fue él quien tuvo que aficionarlo y explicarle la diferencia entre una encina y un alcornoque. Pero Ibarra aseguró que en aquellos paseos González trataba de sondearlo sobre el problema de Guerra y por eso él se hacía el loco preguntándole al Jefe si lo que veían era un olivo o un roble.
Otro par de cristales rotos para el final: Ibarra cree que el Rey debería abdicar ya en Felipe para que éste, una vez entronizado, pudiera promover un nuevo de pacto por la convivencia, como el que hizo posible la Transición y luego la Democracia. A pesar de esa vocación pactista, Rodríguez Ibarra afirma, un poco contradictoriamente, que "a la derecha le gustaría parar la democracia". Por las escalinatas del Círculo de Bellas Artes vi bajar a Francisco Álvarez Cascos, quien no parecía entusiasmado por lo que acababa de escuchar.
3 comentarios:
Felipe González debería haber explicado por qué no dimitió solidariamente con Alfonso Guerra, ya que un año antes, en pleno acoso contra el entonces vicepresidente por el tema de los "cafelitos" de su hermano en Sevilla, González anunció enfáticamente que si se iba Guerra él también se iría: "tendrán dos por el precio de uno", frase lapidaria donde las haya.
Un cafelito y un cortao.
El titulo me parece pretencioso y casi insultante. Será posible que este “iluminado” busque intencionadamente similitud con el horror acaecido en la Alemania del 38.
Un botón: La Asamblea de Extremadura ha gastado mas de 300.000 euros de las arcas públicas en la reforma del despacho del ex presidente de la Junta Juan C. Rodríguez Ibarra en Mérida. Despacho dotado de medidas de seguridad de la tecnología más avanzada. El despacho incluye una “habitación del pánico” –mas blindada todavía- de 60 metros cuadrados. Todos estos gastos han sido aprobados por el Parlamento extremeño. La Cámara regional tiene previsto adquirir el inmueble, que ahora tiene alquilado, por unos 50.000 euros/mes. A esto hay que sumarle la soldada. ¡¡Mas chocolate para el loro!!
A la vista de lo que tenemos en la actualidad en el panorama político, Alfonso Guerra ha sido uno de los mejores políticos que ha visto la democracia. Que mas quisiera de la Vega o Blanco tener el “conceto” de estado que tiene A. Guerra.
Y que pintaba allí Álvarez Cascos, seguro que iba al Banco de España y se equivoco de local.
Saludos cordiales,
José Antonio
Rodríguez Ibarra es de esas personas que no querría tener como enemigo, pero menos aún como amigo y ello porque tengo la impresión de que sólo es fiel a si mismo.
También creo que su rudeza siendo real, ademas esta cultivada con esmero para dar la sensación de hombre cercano, que llama a las cosas por su nombre para que se le entienda bien. Esa imagen que trata de transmitir de que su incontinencia verbal, que en tantos apuros pone a otros, es producto de una sinceridad a ultranza yo creo que está pautada, y que detras de ella lo que de verdad se esconde, es un hombre taimado; una persona astuta en el peor de los sentidos.
Por cierto amigo Santigo, después de leer "El Tambor de Hojalata" me ha faltado valor para acometer la lectura de cualquier otra obra del mismo autor.
Un cordial saludo
M. Sant Macía
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