martes, 21 de abril de 2009

LAS PENSIONES Y EL FUTURO: BUSCANDO A LA MADRE DEL CORDERO

En nuestra entrada anterior quizá debimos incluir, para ser ecuánimes, un comentario sobre un tipo de fondo de pensiones privado que los trabajadores sí deben suscribir con decidido entusiasmo. Nos estamos refiriendo a los llamados "fondos de empleo", que son aquellos que promueve una empresa para sus empleados y que constituyen una forma de salario diferido. Los fondos de empleo sufren también el efecto "corralito", pero presentan dos ventajas decisivas sobre los fondos privados que promueven las entidades financieras. En primer lugar, la empresa promotora hace aportaciones que el trabajador perderá si no se apunta; y en segundo lugar, las comisiones de gestión y depósito pueden ser hasta diez veces inferiores a las que aplican las entidades gestoras a los fondos privados. Por ejemplo,es un caso frecuente que las empresas aporten hasta un 5 por ciento o más del salario base del trabajador; y la comisión anual de gestión puede estar en torno al 0,3 por ciento.
Una vez dicho lo anterior, hablemos de las pensiones públicas y de su garantía futura tratando de ajustarnos al enunciado que encabeza estas líneas. ¿Dónde está la madre del cordero? Se habla mucho del descenso de cotizantes, del crecimiento del número de pensionistas, de la pirámide invertida de población, del envejecimiento progresivo, del déficit futuro de la Seguridad Social, etc. Pero, en mi opinión, la clave no está en esos factores, sino en la productividad general del sistema económico. Hace 35 años, cuando ya acariciábamos con las yemas de los dedos la ansiada democracia, había en España 13,5 millones de cotizantes a la Seguridad Social y tan sólo 1,5 millones de pensionistas. Es decir, tocábamos a un pensionista por cada nueve cotizantes y aún así las pensiones de entonces, en términos de poder adquisitivo real, eran peores que las de hoy en día, a pesar de que ahora tenemos un pensionista por cada 2,5 cotizantes.
Trasladémonos por un momento a la isla de Utopía e imaginemos que fuéramos capaces de crear un sistema productivo tan avanzado y tan tecnificado que un sólo ciudadano -al que le tocase cada mañana por turno riguroso- fuera capaz de poner en marcha todo el sistema con sólo darle a un botón al levantarse. No sólo habríamos dejado muy atrás la propuesta marxista de 8 horas para el trabajo, 8 para el descanso y otras 8 para el ocio y la cultura: habríamos escapado a la maldición bíblica según la cual no nos queda otro remedio que ganar el pan con el sudor de la frente. En Utopía el trabajo humano sería tan productivo que un sólo trabajador, con una jornada laboral de un segundo, sería capaz de generar riqueza no sólo para todos los pensionistas, sino para toda la población.
La madre del cordero está también, con vistas al futuro, en la respuesta que demos a una pregunta de orden moral y no económico: ¿estamos de acuerdo en que una sociedad como la nuestra debe dedicar una porción de su riqueza -la que sea- a garantizar una vejez digna a sus mayores? En estos momentos España dedica alrededor del 10 por ciento de su PIB a ese menester. No veo razón alguna para que esa porción, que incluso podría ser un poco mayor, no siga dedicándose a lo mismo por tiempo indefinido. Si además conseguimos avanzar en la dirección de Utopía, es decir, conseguimos que, gracias a los aumentos de productividad, la riqueza real que representa esa porción aumente, la conclusión se impone por sí misma: dentro de otros 35 años las pensiones serán mejores que las de ahora en términos reales de poder adquisitivo, con independencia del número de cotizantes y del número de perceptores. Podría suceder, en efecto, que un rayo nos matase por el camino. Un rayo en forma de Gran Depresión o catástrofe global imprevisible, pero en ese caso los lectores de ZD estarán de acuerdo en que el debate actual sobre las pensiones carecería de sentido, porque de lo que se trataría entonces es de ver cómo sobrevive la humanidad toda y no sólo cómo sobreviven las modestas pensiones de los ciudadanos de Iberia.
Otra cosa distinta es cómo recauda el Estado esa porción del 10 ó 12 por ciento que se dedica a los que alcanzaron la edad de retiro. Ahora se recauda mediante cotizaciones ( que no dejan de ser un impuesto sobre el empleo), pero en el futuro podría financiarse, al menos en parte, con cargo a los impuestos generales. Esto mismo es lo que ya sucede con el desempleo: los trabajadores y las empresas cotizan para prevenir las situaciones de paro, pero cuando el número de desempleados aumenta mucho las cotizaciones no son suficientes para atender todos los derechos que se han generado y las prestaciones acaban teniendo un impacto importante en el déficit público.
La diferencia entre el gasto en pensiones y el que se destina a la cobertura de los parados es que éste último tiende a ser temporal, aunque se prolongue más o menos en el tiempo, mientras que el gasto en pensiones tiende a ser permanente. Por eso es de gran importancia que se estudien y se hagan de cuando en cuando pequeños ajustes para evitar que el gasto en pensiones se desboque: para eso se creó el Pacto de Toledo. Cada una de esas reformas tiene que estudiarse con calma y por eso me parecen justificadas las acusaciones de superficialidad que se han lanzado desde el Gobierno contra el Gobernador del Banco de España. No es de recibo que un señor que es consciente de las repercusiones que tendrán sus palabras se presente en el Parlamento y proponga sin más ni más el retraso en la edad de jubilación. Tampoco es de recibo el miedo que se intenta sembrar con el argumento un poco pedestre de que X cotizantes no podrán sostener a Y pensionistas. La clave está en otro sitió: está en la riqueza real que tengamos para repartir y en la voluntad que tengamos de proceder a su reparto. El refranero castellano es taxativo al respecto: donde no hay harina, todo es mohína.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por aclararnos a los que tenemos poca idea sobre estos temas, siga así Sr. Santiago.