En aquella fábrica, cuya chimenea de ladrillos rojos desafiaba en altura a la torre de la catedral, todos sabían quién era el dueño y, en consecuencia, tenía capacidad para decidir sobre vidas y haciendas. Cada mes de Diciembre, don Luis llamaba a su despacho a los empleados, uno a uno, y les asignaba el sueldo para el año siguiente. Las palabras siempre eran suaves y educadas; los motivos, caprichosos. Al autor de ZD no le consta si aquel hombre, de corta estatura y aguda inteligencia, había leído a los clásicos, pero divide y vencerás parecía ser la máxima que guiaba su comportamiento con los trabajadores. En aquella factoría no había una sola nómina que fuera igual a otra, ni siquiera entre los técnicos que dirigían los procesos productivos. Las diferencias eran pequeñas, pero suficientes para sembrar la discordia, la desconfianza y el resentimiento.
Puede que a los lectores de ZD les cueste creerlo, pero en estos tiempos en que tendemos a vernos como el último grito de la modernidad, con Madrid lanzada a por los Juegos de 2016, conviene recordar de dónde venimos. La cesta de Navidad que generosamente repartía cada año don Luis contenía algunas viandas más o menos tentadoras, pero su componente principal era una gallina viva que uno mismo tenía que coger de las jaulas que había transportado hasta allí un camión y llevársela a casa como Dios le diera a entender. Don Luis tenía unas granjas por tierras segovianas y aprovechaba las entrañables fiestas navideñas para dar salida al producto que el mercado no podía absorber.
Coger la gallina y matarla allí mismo, como hacían algunos, resultaba más que engorroso. Llevársela viva tampoco era una alternativa que suscitase mucho entusiasmo, pero lo peor habría sido despreciarla: existía el temor generalizado de que un gesto como ese habría tenido un reflejo inmediato en la nómina.
Francis Ford Coppola no había rodado aún la primera parte de El Padrin0 (tampoco Mario Puzo, por lo demás, había escrito aún la novela), pero las relaciones que establecía don Luis con sus subordinados se parecían mucho a las de don Vito Corleone: su empeño indeclinable era que se les quedara bien metido en la cabeza que "le debían un favor". Él, sin embargo, no necesitaba guardaespaldas: cualquier intento de negociación colectiva habría sido respondido con una llamada a la Guardia Civil y punto.
Ahora, muchos siglos después, la Presidenta de la Comunidad de Madrid ha llamado sindicalista trasnochado y piquetero al Presidente del Gobierno con motivo del fracaso en las conversaciones para el pacto social. ¿Qué calificativo debería emplear nuestra Presidenta para referirse a los empresarios de su Comunidad que obligan a los trabajadores a hacer horas extras los sábados y días festivos pagándolas al mismo precio que las horas ordinarias?¿Qué calificativo?, repito. Y no hablo a humo de pajas: entre los ciudadanos madrileños que sufren esta explotación agravada están mis propias hijas, para las que suelo hacer de taxista en mis ratos de ocio. Algo hemos avanzado, pese a todo: mi padre nunca pudo hacer de taxista para mí, y yo tenía que atravesar andando la ciudad de punta a punta con la gallina pateando dentro de una bolsa de deportes, porque me daba vergüenza coger el autobús con aquella "mercancía" en las manos.
Los empresarios quieren que no haya convenios o que éstos tengan en cuenta "la realidad de las empresas". Muchos probablemente añoran los tiempos en que todo intento de negociación colectiva era competencia de la Guardia Civil, lo cual no es tan extraño en un país que ha tenido entre los responsables de resolver los conflictos constitucionales a algún señor que en su día fue miembro del Tribunal de Orden Público. Una vez que consigan liquidar la eficacia general de los convenios -al grito de lo trasnochados y piqueteros que se han quedado los sindicalistas- ellos podrán establecer las retribuciones salariales con el mismo estilo, tan moderno, que empleaba don Luis. Un estilo al que seguramente no le haría ascos doña Esperanza Aguirre. Un estilo frente al que yo alzaría la memoria, que, como la poesía, también puede ser un arma cargada de futuro.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
5 comentarios:
Estoy seguro que Aguirre usaría un calificativo igual de contundente para estos “empresarios”. En el colectivo de empresarios, como en el de los periodistas, o el e los curas; hay de todo.
Hay que recordar, que de las filas socialistas –estando yo presente- se ha llamado a E. Aguirre hija de puta y a Aznár asesino.
¿En aquella época? ni eso, a mi padre jamás le obsequiaron con una gallina (seguro de que de buena crianza) Ya hubiésemos querido tener esa suerte en casa aunque hubiera tenido que pasear con la susodicha por toda la ciudad hasta la hora de la cena.
No hay mejor escuela que la propia vida, y el análisis de la misma nos indica con quienes debemos estar. Esta parte de tu vida, que has puesto en conocimiento de todo el que la ha querido leer, es todo un alegato contra la amesia que poco a poco se esta produciendo sobre la existencia de las clases sociales, cada día más negada de forma interesada por la clase perteneciente al poder económico e indolentemente ignorada por un sector de la clase trabajadora. Ya ves; santiago, resulta que don Luis no era tan malo: os regalaba una gallina viva.
M.Sant Macía
Un cordial saludo
Si miramos en el diccionario de sinónimos, indolente, es un insulto de alta graduación. Yo –como trabajador por cuenta ajena- respeto a quien me da la oportunidad de trabajar en lo que me gusta y donde se me reconoce y se me aprecia.
Sr. Sant, si lo dice Ud. por mí, no me considero ni amnésico ni indolente. De lo que si estoy harto es de ver trabajadores INDOLENTES de todas clases sociales, que mas que indolentes son auténticos sinvergüenzas para sí, para la empresa, y para sus propios compañeros. ¿Acaso es que en el colectivo de los trabajadores, al igual que en de los empresarios, no hay indeseables?.
Con el debido respeto, es curioso que las hijas de Santiago permitan a su empresario pagar horas por debajo de su cotización, habida cuenta de la cultura sindicalista que se debe respirar en ese hogar. Hay sitios donde denunciar esta anómala situación. Nunca como hoy tenemos la posibilidad de denunciar y reivindicar cualquier tropelía que se cometa con los trabajadores (incluso en la comunidad de Madrid). En mi empresa se pagan todas las horas extras –el que las quiera hacer- al precio que se pagan en días festivos, o a cambio del doble de tiempo libre remunerado.
Para terminar, yo no he dicho que el tal D. Luís fuese un buen empresario, he querido decir que los había mucho peores que este pobre hombre. De memoria estoy mejor de lo que a veces quisiera. No pienso remover la historia para ver quienes fueron los culpables de las tropelías que se cometieron, y que probablemente cometieran mis antepasados. ¿Remover los años 50? solo quiero hacerlo para recordar aquellos días de verano felices e interminables sin gallina.
Salud suerte para todos.
P.D. Por cierto, obviamente, soy el anónimo anterior.
Bueno, pues nada, señor Anónimo ¡Viva la amnesia! y también don Luis; ese pobre hombre como usted dice.
Un cordial saludo
M.Sant Macía
Para mi un pobre hombre es aquel que ambiciona y codicia. Que se sirve de bajezas. Alguien que carece de códigos éticos y morales.
¿Que vivan los pobres hombres…? pues vale, Ud. lo ha dicho, yo no.
¿Viva la amnesia…? a veces me gustaría formatear mi “despiadada” memoria. Olvidar episodios personales de mi vida, que nada tienen que ver con lo que aquí se está tratando. La memoria histórica, las atrocidades que se cometieron, en las dos Españas, mi familia y yo mismo, la tendremos –ya sin rencor- siempre en nuestro recuerdo.
Me voy a al chiringuito: ¿Les apetecen unos vinitos?
Salud y suerte.
El anónimo de marras
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