domingo, 16 de mayo de 2010

SACRIFICIOS INJUSTOS EN ARAS DE UN DIOS CAPRICHOSO Y CRUEL

¿Quién gobierna hoy nuestros países? ¿Los gobiernan los Ejecutivos que los ciudadanos elegimos en uso de la soberanía nacional o los gobiernan los mercados? He aquí una pregunta que, en estos días de tribulaciones financieras, no se está formulando, a mi entender, con la necesaria energía. Los medios de comunicación, los tertulianos, los expertos y algunas autoridades se dedican con mucha fruición a explicarnos los graves errores que nos han llevado a la actual situación. También se emplean a fondo en contarnos con todo detalle cómo debería ser la música neoliberal que el sacrosanto mercado está deseoso de escuchar. Tenemos que hacer estos sacrificios, recortar aquellos derechos, reducir los salarios y prestaciones sociales –nos dicen-. Pero casi nadie parece atreverse a dar un puñetazo sobre la mesa y preguntar en voz alta si es razonable o no que se adopten ciertas medidas sólo porque necesitamos calmar a la “manada de lobos”, como la definió uno de los participantes en el último Consejo Europeo.
El Vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, decía hace unos días que “ningún país puede hacer oídos sordos a los mensajes que le llegan del mercado”. Esa parece una opinión juiciosa, pero una cosa es no hacer oídos sordos y otra bien distinta es dejarnos arrastrar a la histeria en que ha caído esa moderna deidad llamada “el mercado”, cuyo comportamiento se nos antoja igual de cruel y caprichoso que el de los dioses antiguos. La Alcaldesa de Lille, hija de uno de los padres más queridos de la actual Unión Europea, ha dicho que, lamentablemente, siempre hay medidas para salvar a las Bolsas, pero nunca para salvar a los pueblos.
Justamente eso que denuncia Martine Aubry es lo que está ocurriendo hoy con los pueblos de Grecia, de Irlanda, de Portugal y España. ¿Y por qué? Porque desde ciertos “templos” y ciertas “biblias”- donde los sumos sacerdotes del dios enfurecido predican a machamartillo la fe neoliberal- no se ha parado de alimentar la opinión de que esos países, llamados despectivamente “cerdos” por sus siglas en inglés, no podrían hacer frente a los pagos derivados de su abultada deuda pública. Es verdad que las autoridades griegas, por ejemplo, han cometido graves pecados en relación con sus cifras de deuda y déficit público. ¿Pero justifica eso un castigo tan irracional como depreciar los títulos de la deuda griega a corto plazo en más de un 75%? Caídas de esa magnitud no las vimos ni siquiera con los títulos privados de renta variable en el otoño de 2008, cuando el sistema financiero mundial pareció al borde del abismo.
No sé si al señor Obama le gusta dedicar una parte de su tiempo libre a invertir en la Bolsa y en los mercados de deuda. Pero ¿a quién ha beneficiado que la oficina de prensa de la Casa Blanca se apresurase a comunicar al mundo que el Presidente de los Estados Unidos había llamado al señor Rodríguez Zapatero para pedirle “medidas resolutivas”? Al pueblo español, desde luego no.

Es verdad que Rodríguez Zapatero se ha comportado con demasiada alegría y demasiado electoralismo en su manejo de las cuentas públicas, pero veamos algunas cifras de manera objetiva, sin dejarnos asustar por el aullido de los lobos. España tiene hoy una deuda pública que ronda el 55% del PIB. En ese punto concreto estamos mejor incluso que Alemania, ese paraíso de los ortodoxos de la política monetaria que no dudaron en pedir una flexibilización del Pacto de Estabilidad cuando la digestión de los lander del Este se les hizo demasiado pesada. Nuestro déficit público, como consecuencia de la fortísima caída de ingresos y del aumento del paro, ha alcanzado cifras muy altas, pero no ingobernables. Naturalmente, la deuda acumulada va a crecer y eso nos obliga a una política de austeridad, una política que nos permita retornar a unas cifras de déficit inferiores al 3% del PIB. El pago de los intereses representa aproximadamente el 10% del presupuesto del Estado, pero hace veinte años los intereses representaban casi el 20% del presupuesto y nadie se dedicó entonces a especular sistemáticamente sobre nuestra hipotética insolvencia o bancarrota.
Veamos algunas cifras más. Los últimos datos del INE sitúan la inflación interanual en el 1,5. Pese a ello, a lo largo de los últimos meses, o años, nuestro Tesoro Público ha estado colocando en el mercado Letras con una rentabilidad inferior al 1%. ¿Es esto razonable? Evidentemente no, porque lo lógico es que el ahorrador/inversor obtenga una rentabilidad positiva, aunque los responsables de la Hacienda pública hacen muy bien en aprovecharse de las coyunturas favorables para obtener financiación barata. Históricamente, sin embargo, la rentabilidad de las Letras del Tesoro y de los Bonos a medio y largo plazo se ha situado dos o tres puntos por encima de la inflación anual. Y si esto es así, ¿qué sentido tiene el grito en el cielo que han puesto algunos por el hecho de que, en la última subasta, el Tesoro haya tenido que aceptar tipos de interés cercanos al 3% para poder colocar una emisión de títulos a corto plazo?
Por culpa de la crisis, todos los países occidentales están acumulando importantes niveles de deuda y esto, inevitablemente, se va a traducir en unos mayores costes de financiación. Costes que, como ocurrió en el pasado, se abonarán religiosamente, porque ningún país quiere perder su fiabilidad. Pero lo que no es de recibo es que los gobernantes se dejen arrastrar por la histeria colectiva, como si fueran un rebaño de ovejas asustadas. No es de recibo que se dejen arrebatar la batuta de la gobernación o gobernanza, como ahora se dice. El señor Obama, en lugar de presionar con las dichosas medidas resolutivas, podría haber salido a los jardines de la Casa Blanca y anunciar su disposición a colocar una parte de sus ahorros en bonos del Tesoro español. Eso sí que habría sido la mano tendida de un amigo y no un dogal al cuello. Los señores Sarkozy y Merkel, la Comisión Europea, el FMI y el resto de mandamases, además de blandir las tijeras, podrían ponerse de acuerdo para prohibir radicalmente las operaciones especulativas de unos señores que se dedican a traficar con una mercancía –lo títulos de la Deuda Pública- que en realidad no tienen. Podrían obligarles a comprar los títulos a tocateja antes de dedicarse a operar con ellos en el mercado. Una vez comprados, que hagan lo que les plazca, pero primero que los compren.
Y no olvidemos que una gran parte de esos especuladores anónimos son las propias entidades financieras a las que hubo que rescatar con cuantiosas inyecciones de dinero obtenido a base de más emisiones de deuda. Y no olvidemos que esas impúdicas agencias de calificación de riesgos, que se dedican a sembrar sospechas sobre la solvencia de los países, son las mismas que daban la más alta calificación crediticia a los productos basura fabricados a partir de las hipotecas “sub-prime”. Y no olvidemos que el Código Penal está para algo: por ejemplo, para perseguir a quienes difunden noticias falsas cuyo único fin es provocar nuevos descalabros.

1 comentario:

Ele Bergón dijo...

Hola Santiago

Ya voy teniendo un poquito de tiempo y este mañana del sabado me estoy dedicando con mas atencion a leer las entradas de los blogs de quienes os conozco. Es verdad que la tuya la retrasaba porque me entra pereza leer los temas de politica y enconomia, pero cuando me he decidido a hacero me encuentro con articulo que
me ha dejado atrapada en la lectura.

Me ha encantado porque tu articulo es un poco lo que pienso yo, pero soy incapaz de escribir sobre estos temas. Muy bien explicado, muy bien escrito, muy bien razonado.

Si no te importa, me gustaria publicarlo en mi blog y aunque se que lo escribiste hace ya unos cuantos dias, es la realidad de lo que ocurre en estos ultimos tiempos

Un abrazo

Luz