miércoles, 15 de septiembre de 2010

HAWKING Y LA CREACIÓN DEL MUNDO

Queridos lectores de ZD, aquí os ofrezco el texto de un reciente comentario que publiqué en Diario de Alcalá, inspirado por la noticia sobre el último libro publicado por el gran científico británico. Creo que el asunto está de actualidad, después de lo que hemos podido ver en los medios de comunicación sobre anuncios de quemas de coranes y otras calamidades que las religiones provocan sobre la faz de la Tierra. Intento ser respetuoso, pero no oculto la escasa consideración que me merecen las creencias religiosas.
Puede que alguno de ustedes no lo recuerde, pero en la primavera de 1966, antes de proclamarse campeón de Europa por sexta vez, el Real Madrid se cruzó con el Inter de Milán en semifinales. Aquello me tuvo muy deprimido durante muchos días. Como el Papa es el representante de Dios en la Tierra, y dada su condición de italiano –razonaba yo para mis adentros-, lo más seguro es que en sus oraciones interceda a favor del Inter y la eliminación del Madrid es cosa hecha. Para colmo, nosotros mismos, con nuestras humildes plegarias íbamos a contribuir a la presentida eliminación, puesto que cada día, en el transcurso de la misa, rogábamos al Altísimo por “las intenciones del Papa”.
Consulté mis temores con el más descollante aficionado local, capaz de recitar de memoria todas las alineaciones de los equipos de primera, y me dijo que, en efecto, la derrota de los madridistas era más que probable, pero no por la intercesión del Papa, sino por la intervención de un gallego llamado Luis Suárez, del que yo no había oído hablar en mi vida. Realmente, aquella fue una temporada de no muy grato recuerdo. Lo de menos era el miedo por la suerte de aquel Madrid al que llamaban “el equipo ye-yé”. Mucho peor era la obsesión que me asaltaba cada atardecer sobre el peligro de morir en pecado mortal, con el consiguiente castigo de irme derechito al Infierno a arder por toda la eternidad (¿ustedes han pensado alguna vez en las dimensiones de la eternidad?).
Estaba clarísimo -¿cómo dudar de una cosa tan evidente?- que los buenos se iban al Cielo y los malos al Infierno. ¿Pero cuál era aquella fina línea divisoria, aquel estrecho ojo de la aguja, que marcaba los destinos de unos y otros por toda la eternidad? ¿Cómo distinguir entre un pecado mortal y otro venial? Yo trataba de ser bueno, pero a veces perdía la cabeza y lo mismo le robaba las nueces a una vecina que me iba a por la espinilla de un rival con toda la intención del mundo…
Me costó unas cuantas primaveras más llegar a la conclusión de que nuestra religión católica, aun siendo la verdadera, no dejaba de ser un cuento chino, como todas las demás. Un cuento de terror muy apropiado para mantener sojuzgadas a las gentes de mentalidad infantil. Un cuento increíble que jamás podría ser aceptado por ninguna mente adulta, a pesar de esa misteriosa necesidad que siente el ser humano de creer en la existencia de un ser superior que lo ha creado todo. Debo confesar que me sentí muy reconfortado cuando descubrí el pensamiento de algunos filósofos, según los cuales “los hombres no son una creación de Dios, sino que Dios es una creación de los hombres”.
Uno de estos filósofos que niegan en redondo la existencia de Dios es el británico Stephen Hawking, quien publica estos días un nuevo libro –The Grand Design- coincidiendo con la visita del Papa al Reino Unido. Hawking es un hombre que sufre gravísimas limitaciones físicas, pero posee una de las grandes inteligencias de nuestro tiempo. Inteligencia privilegiada que le había llevado en el pasado a ser muy prudente en cuanto a la presunta incompatibilidad entre ciencia y religión, porque una cosa es llegar al convencimiento de que Dios –o el Gran Arquitecto, como queramos llamarlo- no existe, y otra bien distinta es demostrarlo científicamente.
Así que Hawking se ha tomado su tiempo antes de sostener negro sobre blanco, como hace ahora, que Dios no es el creador del Universo, afirmación que muy probablemente tendrá algo que ver con la necesaria promoción comercial de su libro. Pero ojalá sirva no tanto para provocar el regocijo en la exigua militancia atea como para sembrar la duda y la reflexión en las muy nutridas filas de la militancia religiosa. Porque lo más terrible de las religiones, lo más terrible de ese Dios creado por los humanos, es que sigue teniendo sojuzgada, en un estadio infantil, la mente de una buena parte de la humanidad. Lo más terrible es que en muchas partes del planeta hay millones de hombres que matan, o están dispuestos a matar, a otros hombres creyendo que cumplen un mandato divino.

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