Superados los exámenes de Junio, en la casa ha hecho su entrada triunfal la literatura de evasión. La menor de mis hijas, lectora voraz, está ya por las últimas páginas de la segunda entrega de la saga Millennium. Ni siquiera intento seguir su ritmo, porque a mí me pasa con la prosa lo que a los protagonistas de la novela con el güisqui de muchos años: necesito saborearla despacio. Pero ya sé cómo termina no sólo la primera de las entregas, sino la saga completa.
Nunca me ha importado que me cuenten el final de una novela o de una película, porque, para mí, tan importante como el final es el camino que lleva al desenlace, y no sólo el camino, sino la forma en que el autor nos propone recorrerlo. Fiel a mis principios, el domingo me fui a ver la película basada en la primera entrega: Los hombres que no amaban a las mujeres. No desvelaré nada importante, por respeto y cariño a quienes sí les importe que les cuenten los finales. Pero sí dire un par de cosas: por lo que he leído hasta ahora, la película sigue con bastante fidelidad el desarrollo de la novela. Hoy en día la literatura se crea pensando, por encima de todas las cosas, en dar las mayores facilidades para convertirla en guión cinematográfico.
La segunda cosa que puedo decir es que no me pareció una buena película. Sobre la calificación tradicional que se emplea en los periódicos -de cero a cuatro estrellas - yo le pondría una, aunque la historia te mantiene entretenido y al salir no tienes la impresión de haber tirado los siete eurazos que ya cuesta una entrada. Hay una frase en la novela que me ha causado estupor e indignación: el 46 por ciento de las mujeres suecas ha sufrido alguna vez violencia física por parte de un hombre. Quién lo iba a pensar de la civilizadísima sociedad nórdica. Supongo que de ese dato sacó Stieg Larsson el título para su primera entrega.
¿Y qué podemos decir del estilo de Larsson? Porque el hombre es el estilo. ¿Qué podemos decir del camino y de la forma de recorrerlo? No tengo yo autoridad suficiente como para calificarlo de escombrera literaria, así que me limitaré a señalar, como los críticos que no quieren problemas, que el suyo es un estilo ágil y periodístico. Un estilo en el que todo suena a clic. Si hay una cerradura que no abre, se echa mano de la ganzúa de última generación y el cerrojo hace clic. Si nos topamos con un rompecabezas cuyas piezas resultan imposibles de encajar, se hace clic en el ordenador mágico y todo resuelto.
No creo que tenga fuerzas para leerme los tres volúmenes de Millennium. Las tendría, creo, si no estuviera convencido de que hay otras muchas obras literarias -antiguas y actuales- que no he leído y que son mucho mejores. Pero la presión publicitaria es apabullante. Ahí está el caso de Ildefonso Falcones. Hace un par de años me regalaron su primera incursión en el mundo de la literatura, La catedral del mar. No pude con ella. Antes de acabar el primer capítulo se me cayó literalmente de las manos cuando el autor me propuso un personaje, un siervo de la gleba que ha de ser analfabeto por definición, sermoneando a su hijo sobre los peligros e inconvenientes de morir "intestado". En su nueva entrega -La mano de Fátima- Falcones, o el corrector de estilo que dicen que la editorial había puesto a su servicio, nos hablan en la primera página del paísaje de las Alpujarras, donde al parecer hay ríos que "riegan" a otros ríos. Descuidos estílisticos que la formidable maquinaria comercial deglute como las cadenas de producción trituran cualquier cosa que no debiera estar allí y acaba formando parte de la salchicha o la hamburguesa.
Dicho todo lo anterior, debo añadir: si yo estuviera convencido de que tengo una cuarta parte del talento de un Larsson o un Falcones, también me dedicaría a hacer clic en el ordenador. Así que no me hagáis mucho caso. Bien pudiera ser que lo mío no sea otra cosa que envidia, pura y descarnada envidia.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
4 comentarios:
Hola Santiago.
Me identifico bastante con lo que escribres. A veces pienso en leer la famosa novela de Larsson pero después me entra pereza y más si después tengo que empezar otros dos tochos como el primero, por eso pienso, como tú, que todavía me quedan muchas otras por leer y creo que serán más interesantes. Además he leído por ahí que la traducción no es muy buena.
No me ha extrañado mucho el dato de las mujeres maltratadas en Suecia, pues he estado algunas veces por allí y he visto como beben en los países nórdicosy la bebida y el maltrato muchas beces van unidas.
La novela de Falcones, La catedral del mar, tampoco pude con ella. No recuerdo a qué página llegué, pero sé que aunque lo intentaba, no acaba de convencerme y me aburría. Me pareció que no estaba bien escrita. No he vuelto a leer nada de este autor, pues si no me gusta en principio, después ya no lo busco.
En fin, puede que también me pase como a ti y sea sólo envidia, pero creo que si lo tengo es por los buenos poetas, las novelas me gusta leerlas, escribirlas eso ya es mucho decir.
Feliz verano, felices lecturas.
Un abrazo.
Luz
Perdón por la falta,se me habrá ido el dedo, por supuesto es veces.
Luz
hola Santiago: pues yo só me he "tragado" los dos primeros tomos de Milenium. Y no sé si es grave elque me hayan gustado ambos. Es más tengo pensado comprar el tercer tomo. Lo he preguntado en la librería de Ahigal y está agotado. Se han vendido los cinco tomos en un pueblo de mil habitantes de la Extremadura profunda. Por depronto, se compran y previsiblemente se lean: eso es promocinar la lectura. Yo aprendí a leer con las novelas de Marcial Lafuente Estefanía y me sigue gustado la literatura popular, tan denostada por una falsa cultureta.
pedro m. talavan
Sí, Pedro, yo también leí mucho las novelas de Marcial Lafuente Estafanía, pero no me digas que no acabaste harto de aquellos tipos de "seis pies y pico de altura" que siempre le acertaban al malo en el entrecejo. En Millennium los personajes ( y sobre todo el protagonista ) se pasan todo el rato preparando café y sandwiches. Coño, ¿es que no saben preparar otra cosa?
Un abrazo cibernético a todos.
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