El debate sobre el gasto público, la protección social, los impuestos, etc., es la madre del cordero de la sociedad que queremos construir. Y dentro de este debate, las pensiones y la forma de asegurarlas en el futuro ocupan un lugar central, porque es un asunto que nos afecta a todos, a los más de ocho millones de personas que están cobrando y a los casi veinte que cobraremos algún día. Yo sostengo la idea de que sin sacrificios individuales no habrá futuro colectivo, pero es precisamente la cuantía o la amplitud de esos sacrificios individuales lo que tenemos que discutir. Os ofrezco aquí, como modesta aportación al debate, el artículo que tuvieron a bien publicarme los responsables del periódico Diario de Alcalá.
EL FUTURO DE LAS PENSIONES: HAGAMOS EL DEBATE SIN HISTERIAS
¿Ustedes recuerdan aquel accidente aéreo a primeros de 2009 en Nueva York? La pericia del piloto hizo posible que el avión se posase suavemente sobre las heladas aguas del río Hudson y todos los pasajeros fueron rescatados sanos y salvos.
Yo creo que el sistema público de pensiones, que debemos cuidar y defender, es como un gigantesco Jumbo en el que viajamos todos, los pensionistas actuales y los que estamos en camino de serlo un día. Es imprescindible que el piloto ponga en juego toda su pericia e introduzca las correcciones necesarias para que la nave no se salga de la ruta marcada. ¿Y cuál es esa ruta que debe seguir nuestro sistema de pensiones?
Sería muy complejo detallar todos los parámetros utilizados para trazarla, pero existe un consenso muy extendido en que la ruta ideal es aquella que obliga a que el gasto anual en pensiones se mantenga en torno al 10-12 por ciento del PIB. Es decir, que la parte de la "tarta" destinada a los pensionistas no debe sobrepasar esos límites, so pena de no tener recursos para atender a otras necesidades y políticas de gasto que juzgamos también imprescindibles.
Pero hay al menos tres factores importantísimos que empujan a nuestro Jumbo fuera de la ruta señala. En primer lugar, el número total de pensionistas, que aumenta a un ritmo anual de no menos de 150.000 personas; en segundo lugar, las pensiones de los nuevos jubilados, por regla general, son más altas que las que cobraban los jubilados que pasaron a mejor vida, determinando así un incremento, leve pero incesante, de la cuantía media de las prestaciones; y por último, el venturoso incremento de la esperanza de vida, que hoy está por encima de los 80 años en el caso de las mujeres y muy cercana a los 80 en el caso de los hombres.
¿Qué hacer? Es evidente que algo hay que hacer, con calma y con tiempo, con sosiego, pero algo debemos hacer para que la suma de los derechos individuales, derechos subjetivos que pueden reclamarse al Estado, no exceda de ese fatídico 12 por ciento de la riqueza que generamos anualmente. Para eso se constituyó el Pacto de Toledo, que es a quien corresponde legítimamente el gobierno de la nave. Pero uno de los tripulantes, sin duda impacientado por la inacción del resto y creyendo tener en su cabeza las propuestas más adecuadas, ha tratado de hacerse con los mandos y el forcejeo subsiguiente está provocando unas turbulencias espantosas.
Este tripulante aguerrido e intrépido -a quien todos en la nave conocen familiarmente como ZP- ha ideado, en efecto, algunas medidas dignas de ser tomadas en consideración, pero su maniobra arriesgada y unilateral -no consultada al parecer con nadie, aparte de sí mismo-, ha ocasionado el rechazo y el cabreo del resto de tripulantes y de la gran mayoría del pasaje.
Pero una cosa son las formas y otra el fondo. En la nave existe una corriente de opinión -bien es cierto que minoritaria, porque nadie renuncia de buen grado a lo que cree suyo- favorable al fondo de las propuestas presentadas, aun reconociendo que ZP se desautoriza a sí mismo con su penoso proceder. Elevar, en el muy dilatado plazo de diez años, la edad legal de jubilación desde 65 a 67 años, incrementar progresivamente de 15 a 17 el número de años cotizados para tener derecho a pensión contributiva, subir desde 15 a 25 el número de años que se toman para el cálculo de la prestación, repensar las pensiones de viudedad, que fueron diseñadas para una época histórica en la que no existía la incorporación de la mujer al mercado laboral. Medidas todas ellas, y otras que podrían estudiarse, con un denominador común: generarían un pequeño recorte no en las pensiones ya reconocidas, sino en las expectativas de los que ya avizoramos la fecha en que será reconocida la nuestra. También es cierto que alguna de esas medidas, como la ampliación a 25 años del período de cálculo, incluso podría ser beneficiosa para muchas personas.
Otro denominador común de todo lo que hemos conocido es que, en general, tendería a reforzarse la llamada "contributividad", un principio que está en el Pacto de Toledo y que significa una relación más estrecha entre la prestación que se recibe y lo que se ha aportado a lo largo de la vida laboral. Es verdad que no todos en la nave han tenido la misma suerte en el reparto de asientos. Los hay que dormitan plácidamente junto a las ventanillas y otros que no paran de moverse garcias a sus asientos de pasillo. Los de los asientos centrales van un poco constreñidos e incómodos, pero la ingeniería social no ha encontrado aún la fórmula para resolver este reparto desigual de incomodidades. Sin embargo, una cosa debemos tener clara: el interés general exige que la aeronave no se desvíe de su ruta, porque si se desvía demasiado o demasiado bruscamente corremos el riesgo de un choque en pleno vuelo o una caída en picado. Necesitamos adoptar las correcciones hoy para que puedan ser eficaces el día de mañana; y necesitamos inteligencia, pericia, valor y coraje. Lo que nos sobran son las reacciones histéricas.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
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