Los controles de calidad han fallado estrepitosamente a lo largo de todo el proceso de elaboración. Y esos fallos en cadena me parece a mí que son muy representativos de la descuidada relación que muchos ciudadanos mantienen con esa patria común que es el idioma. No hay más que ver cualquier canal de televisión para horrorizarse con los mensajes escritos que mandan los espectadores con sus teléfonos móviles.
La fotografía de abajo refleja otra falta mucho más leve desde el punto de vista técnico, pero mucho más grave desde el punto de vista social y político. Porque la responsabilidad de este segundo gazapo -esa clamorosa ausencia de la tilde en el frontispicio de la oficina donde se elaboran las estadísticas locales- corresponde nada menos que a la autoridad municipal de la ciudad donde nació Cervantes, ciudad
Dicen que los romanos impusieron el latín sobre la base de no atender reclamación alguna que fuera presentada en otro idioma. Quizá debiera hacerse ahora lo mismo y dar por no presentada toda petición que no se ajuste a las normas de la lengua escrita. Dicen que en la universidad hay catedráticos de disciplinas diversas que se niegan a dar el aprobado a aquellos alumnos que entregan exámenes con faltas de ortografía. Quizá debiéramos promover un poderoso movimiento social de respaldo público a tan encomiable actitud.
En algún sitio tengo leído que la sintaxis y la ortografía son disciplinas del alma, herramientas imprescindibles para logar eso que suele llamarse a veces "una cabeza bien amueblada". Parece evidente que en la cabeza que no maneje con cierta soltura esas herramientas no reinará el orden cartesiano, sino el barullo.
No soy conocedor de las modernas técnicas pedagógicas y no sé si sería mucho pedir (a lo mejor es una barbaridad) que nuestros educandos, desde el primer día que pisan la escuela hasta el día en que la abandonan camino de los estudios superiores o del trabajo, sean sometidos a la dura rutina de un dictado diario. Digamos diez minutos, al cabo de los cuales los escolares tendrían que repetir en sus cuadernos -pongamos diez veces- las palabras mal escritas. Ahora que el Supremo acaba de dar luz verde a Educación para la ciudadanía, se me ocurre que ésta sería una de las asignaturas adecuadas para el dictado obligatorio. Como dijo Felipe González hace muchos años, tendríamos así "dos por el precio de uno": los chicos se irían familiarizando con los valores de la convivencia democrática al tiempo que adquirían un conocimiento de las reglas para el uso correcto del idioma. En caso de cansancio, podrían tomar el relevo los profesores de lengua y literatura.