No tienen absolutamente nada que ver una cosa con la otra, pero esta reciente polémica primaveral acerca de las pensiones a mí me recuerda la de taurinos y antitaurinos que veíamos años atrás en los papeles cada vez que llegaba la temporada. Las huestes del ejército contrario al sistema público de pensiones, con el señor Gobernador del Banco de España muy puesto en su papel de ariete, han vuelto a la carga aprovechando esta vez la excusa de la crisis económica, el aumento del paro y el descenso de cotizantes.
Como ferviente partidario del sistema público que soy, quisiera propinar a los contrarios la estocada dialéctica definitiva. No creo que pueda conseguirlo, así que me conformaré con el intento de citar, parar, templar y mandar con cierto arte, confiando en que no me pase lo que al gran Manolete en Linares. Contaré primero un ejemplo práctico -que es mi caso y el de muchos cientos de miles de ciudadanos- para que se tenga una idea clara de qué es lo que está pasando con los fondos privados de pensiones, que es el camino alternativo que nos proponen las empecinadas filas del ejército neoliberal. Y como habría dicho
FG (Felipe González), en el frontispicio de mi declaración dejaré establecido lo que me propongo demostrar: abrir un fondo de pensiones privado es uno de los negocios más ruinosos que hoy puede emprender un ciudadano de la piel de toro.
En el año 2000 la entidad financiera que me prestó el dinero para la casa, me exigió también -presuntamente a cambio de una hipoteca más favorable-abrir un fondo de pensiones. Lo hice y durante un tiempo llevé a cabo aportaciones mensuales: 35 euros para cumplir con el paripé, puesto que no creo ni creeré nunca en ese envenenado producto. Pues bien, acabo de recibir un extracto en el que se me informa de que hice un total de 1385 euros de aportaciones y he obtenido unos rendimientos de 81 euros. ¡En 9 años 81 euros de rendimientos! Eso viene a ser una rentabilidad acumulada del 5,85 por ciento, que si la expresamos en TAE (Tasa Anual Equivalente) apenas supera el 0,5. Colocando ese mismo dinero en depósitos bancarios o en deuda pública habría obtenido una rentabilidad al menos seis veces superior.
La miserable rentabilidad ofrecida por el fondo de pensiones que me obligaron a suscribir habría sido la misma si mis aportaciones hubieran sido cien veces mayores, con el resultado de que la ruina para mí habría sido cien veces mayor que la sufrida. Este es, queridos lectores de
ZD, el panorama que ofrece la tierra prometida a donde desearían llevarnos los profetas de la catástrofe. El fondo del que hablo invierte un 70 por ciento en renta fija y un 30 por ciento en renta variable. Los fondos de renta fija pura no están en general mucho mejor que el mío, porque la rentabilidad anual se la "comen" las comisiones de gestión que aplican las entidades que los manejan. Y los de renta variable pura están todavía peor: en lo que técnicamente se llama "rentabilidad negativa", o sea, pérdidas; y pérdidas quiere decir que el valor actual del dinero acumulado es inferior a la suma de las aportaciones hechas a lo largo de un período determinado.
Al panorama descrito hay que añadir todavía un par de cosas. En primer lugar, que el dinero aportado a un fondo de pensiones está preso en el "corralito", como dirían los argentinos: no se puede retirar hasta que el titular cumple la edad legal de jubilación, salvo caso de muerte, enfermedad grave o paro prolongado. Y en segundo lugar, que las proclamadas ventajas fiscales son mucho menos atractivas de lo que se quiere hacer ver: es cierto que cada año uno puede deducir de la base imponible, con ciertos límites, las aportaciones que ha hecho; pero no es menos cierto que al final, cuando uno quiere "disfrutar" los resultados de su esfuerzo ahorrador, hay que ajustar cuentas con Hacienda. Y no es menos cierto que antes (hasta el 31 de diciembre de 2006) había una reducción del 40 por ciento sobre el patrimonio total acumulado, reducción que fue suprimida en la reforma impulsada por Pedro Solbes durante la primera legislatura de
ZP.Claro que en esto que de los fondos de pensiones privados, como en la granja de Orwell, hay unos que son más iguales que otros. Campea también por la España de las autonomías otro
FG (en este caso Francisco González, presidente del BBVA) a quien su banco -por orden del propio
FG, con el
visto bueno de los consejeros que él mismo ha nombrado- le tiene hechas aportaciones a un fondo de pensiones privado por valor de unos 70 millones de euros. El señor
FG es para
mí el
paradigma de los sueldos escandalosos que se adjudican a sí mismos los altos directivos de las empresas, pero el señor Gobernador del Banco de España nunca tiene nada que decir sobre esta cuestión en sus comparecencias públicas. El consejo del BBVA o el consejo de alguna otra gran empresa están dentro de los destinos posibles del señor Gobernador cuando abandone su puesto actual. No necesitamos ser profetas ni de la catástrofe ni de la buena nueva para saber que está descartada la posibilidad de que
MAFO, con el ánimo de dar ejemplo, decida subirse a un andamio para colocar ladrillos hasta la edad de 67 años.