jueves, 31 de enero de 2008

EN LA HORA DEL ADIÓS A RNE

Estamos en el Comedor de Invitados de RTVE en Prado del Rey. Primera y última vez que vamos a disfrutar de este privilegio, porque todos los reunidos para este desayuno integramos la partida, no de facinerosos, sino de honrados y modestos trabajadores que se desvinculan de la empresa a partir de mañana, día 1 de Febreo de 2008. Un representante de la Dirección -mi tocayo Santiago González- está dirigiéndonos unas amables palabras de agradecimiento por nuestro esfuerzo y nuestra entrega a lo largo de todos estos años, pero yo he volado hacia atrás en el tiempo y estoy viéndome a mí mismo, con menos canas y menos michelines, conduciendo por una carretera solitaria - la Nacional 211- que atraviesa un paisaje mítico de la infancia: las Parameras de Molina.
¿Hacia dónde me llevaba aquel viaje de más de cuatrocientos kilómetros, en una tarde de abril - aniversario de la Revolución de los Claveles-, a través de las provincias de Guadalajara y Teruel? Me llevaba hacia una nueva vida. Y esta mañana, mientras escucho las palabras que caen sobre nosotros como una lluvia mansa y un poco melancólica, mis ojos se llenan de lágrimas sólo con recordar los nombres que jalonaron aquel recorrido iniciático: Torija, Alcolea del Pinar, Anquela del Ducado, Maranchón, Molina de Aragón, Monreal del Campo, el puerto Mínguez, las Traviesas, Alcorisa, Calanda, Alcañiz...Desde la melancolía de hoy me remonto a la alegría inmensa de aquella tarde y trato de averiguar qué sentimientos de entonces me han acompañado a lo largo de toda mi trayectoria en RNE. Y encuentro que la gratitud a esta empresa domina por encima de todos los demás.
Estoy muy lejos de verme a mí mismo como uno de esos japoneses que cantan, o cantaban, cada día el himno de la empresa antes de comenzar su jornada laboral. Pero no puedo olvidar que fue esta empresa - esta y no otra- la que me dió la oportunidad de ejercer la profesión para la que me había preparado con mi errático paso por la Universidad. Ya no era yo ningún jovencito cuando lo conseguí. Era más bien un padre de familia en ciernes, con graves obligaciones que me cerraban por completo la vía del meritoriaje como becario, a la espera de un contrato basura que pudiera transformarse, con el correr del tiempo, en algo más decente. Tenía que conseguirlo de un sólo golpe, mediante un "pelotazo", según esa expresión tan gráfica y certera acuñada, creo, por los sevillanos. Y aquellas oposiciones -marzo de 1.985-, a las que concurrí armado con mi pequeña Olivetti Lettera DL, han sido el pelotazo de mi vida.
Se critica con frecuencia, por diferentes razones, a los medios públicos y, en general, al sector público empresarial. Pero lo cierto es que, en aquella época, RTVE era la única empresa de comunicación importante que ofrecía puestos de trabajo estables y bien remunerados, a los que uno podía aspirar en régimen de libre competencia. Y ese simple hecho le confiere, según mi modesta opinión y mi modesta experiencia, una superioridad moral que está fuera de toda discusión. No hablo de las personas -que todas tienen la misma dignidad y me merecen la misma consideración, trabajen para la empresa que trabajen-, hablo de las empresas, de los intereses empresariales. Y en esta octava Legislatura he vuelto a tener otra prueba de esa superioridad moral, cuando se intentó sacar adelante el Estatuto del Periodista Profesional. Los principales medios de comunicación privados, sobre todo los medios escritos, se conjuraron en Santa Alianza para echar abajo el proyecto. Así les resulta más fácil explotar y manipular a los jóvenes que empiezan, con la esperanza de abirse un camino en esta profesión. Estoy seguro de que una amplia mayoría de mis compañeros de la Asociación de Periodistas Parlamentarios comparten esta opinión, que nunca veréis reflejada, queridos blogueros, en los editoriales. Ocurre, sencillamente, que los de la clase de tropa miramos la realidad desde una perspectiva muy diferente de la que emplean los que escriben editoriales.
Muchos años después de esto que cuento, se emplearía el déficit de RTVE y los altos costes de explotación, como argumento para justificar la actual reducción de plantilla y otras que vendrán en el futuro. Es verdad que un servicio público -como pasa con la Sanidad o con la Educación- que se quiere prestar pagando sueldos dignos ( aunque menguantes en los últimos ejercicios ) y respetando los derechos sociales y laborales de los trabajadores, siempre resultará caro. Lo único que resulta barato es la explotación. Y, a pesar de todo, no creo que RTVE resultara más cara que las radiotelevisiones de los países con los que nos codeamos en la esfera internacional. Pero las críticas hicieron mella, y los representantes de la soberanía nacional decidieron que los españoles no se gastarían en su radiotelevisión pública lo que se gastan los británicos, los franceses, los italianos, los alemanes o los austriacos. Esto es lo que hay y no tiene vuelta de hoja: esa decisión política es la que nos ha traído a este desayuno opíparo que estamos disfrutando en el Comedor de Invitados de Prado del Rey. Un desayuno que viene a ser como la escenificación final de aquella promesa tan solemne que hizo en su día el Presidente del Gobierno: nadie será abandonado a su suerte.
Ese sentimiento de gratitud del que antes hablaba no sólo se debe a la forma de ingreso. Se debe también a las oportunidades que me ofrecieron una vez dentro, y entre las que yo destacaría los años que pasé siguiendo las actividades del Jefe del Gobierno, y también estos últimos cuatro años, dedicados a la información parlamentaria. Se debe a la forma en que me dejaron ejercer mi profesión, a la forma en que fueron respetados mis derechos sociales, laborales y profesionales. Se debe al trato con tantos compañeros, con los que tuve la suerte de compartir algunas de las horas mejores de mi vida. Y se debe, en fin, a unas condiciones de salida que nos ofrecen la oportunidad -otra más- de gozar una nueva vida, antes de adentrarnos en lo que podríamos llamar las brumas de la tercera edad. Honradamente, creo que no se puede pedir más. Si se me permite parafrasear los títulos que pusieron a su memorias dos grandes hombres como Pablo Neruda y Marcelino Camacho, yo diría confieso que he vivido, confieso que he luchado y confieso que he sido feliz.
Sólo un sentimiento de autocrítica, desde el punto de vista personal y colectivo, en esta mañana de despedidas: creo que hemos sido demasiado "blandos" frente al poder. Hablo del poder de ahora y de todos los poderes que se han ido turnando en treinta años largos de democracia. En Sueños de un seductor, que también data de hace más de tres décadas, al personaje que interpretaba Woody Allen se le aparecía el gran Humprey Bogart, como un ángel de la guarda dispuesto a guiarle por el tortuoso camino hacia el corazón de la heroína. Pero los consejos del mito, en la mente aturullada del personaje, siempre se resumían en lo mismo:
- Tienes que ser más duro con las chicas, muchacho.
Y el pobre Woody, abrumado y desvalido, como esos ligones de playa pequeñitos que dibuja Forges frente a las "macizas" gigantescas, siempre tenía preparada la misma respuesta:
- Sí, claro, tienes que ser más duro con las chicas. Eso es muy fácil decirlo cuando te llamas Humprey Bogart.
Creo que el poder -cualquier poder- nos habría querido mucho más, nos habría respetado mucho más, si hubiéramos sabido encontrar el camino para ser mucho más duros en nuestros tratos con sus representantes. Pero no tuvimos la suerte de contar con un ángel de la guarda que nos guiara en las peores encrucijadas.

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