lunes, 5 de enero de 2009

VIVIENDO AL LÍMITE

Antes de Navidad, una nevada de mediana intensidad dejó atrapados a centenares de viajeros en una autopista del norte. La escena se había repetido años atrás en la Autovía de Levante, provocando el asombro general por la facilidad con que nuestras principales vías de comunicación se convierten en auténticas ratoneras. En los días anteriores y posteriores a la Nochevieja, miles de viajeros han sufrido en Barajas las consecuencias de la huelga encubierta de controladores y pilotos. Se anuncian también, en estos primeros días de año, más apuros y atascos en la sanidad madrileña como consecuencia de la desaparición ( por la Ley de Presupuestos ) de las llamadas empresas colaboradoras de la Seguridad Social. Se calcula que unos 200.000 usuarios de la sanidad pasarán ahora a depender de los ambulatorios, mientras que antes eran atentidos por las sociedades médeicas que habían contratado sus empresas.
La impresión que tiene uno ante noticias como estas ( y otras muchas que podrían añadirse) es no sólo nuestra falta de preparación para los imprevistos, sino que lo calculamos todo demasiado al milímetro, quizá con la loable intención de no incurrir en costes innecesarios. El caso es que cualquier alteración en una de las variables desencadena el caos. Queremos salir de vacaciones, por ejemplo, y todo está calculado para salir pitando a la hora de cierre de la oficina, con el tiempo justo para llegar al aeropuerto. Si hay un accidente en la carretera, o baja la niebla, o los controladores se cabrean, acabamos saliendo con horas de retraso, perdemos la siguiente conexión y ya todo es una pura ruina hasta el día de la vuelta.
Una opción posible sería quedarse en casa tranquilamente, o buscar otras fechas con menos aglomeraciones, pero la propia dinámica social nos arrastra. Es muy difícil encontrar días alternativos y, para colmo, si se produjera un desecenso importante de viajeros, enseguida saldrían los portavoces de los sectores afectados a quejarse por la mala evolución de las estadísticas. Ellos también lo tienen calculado todo al céntimo y cualquier alteración produce un duro impacto en la cuenta de resultados.
En otros ámbitos más privados tal vez sería posible no ir tan al límite. Por ejemplo, al pedir una hipoteca o un préstamo para comprar coche nuevo. Pero aquí también hacemos los cálculos al céntimo y, en cuanto el euríbor da un salto inesperado, la tarea de llegar a fin de mes se convierte en una misión imposible. Los concesionarios de automóviles están llenos de coches de matriculación reciente de los que sus propietarios se han deshecho porque no podían pagar la letra mensual.
Es un quimera pensar que puedan desaparecer las sorpresas meteorológicas, las cancelaciones inesperadas, las averías o los accidentes en las atestadas autopistas. Estos imprevistos, que vienen a destrozarnos los planes, son ya parte de la vida misma en estas ciudades superpobladas, siempre al borde del colapso, donde hemos elegido vivir la mayoría. O donde no nos queda más remedio que hacerlo. Pero quizá haya alguna cosa que podamos hacer individualmente para no ir tan al límite, para sentir que somos nosotros quienes gobernamos nuestras vidas y no las circunstancias externas. Se me ocurre que en este 2009 deberíamos hacernos el propósito de vivir por debajo de nuestras posibilidades. Hasta es posible que así las crisis fueran menos virulentas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahora, en plena crisis, mis ingresos no me alcanza ni para vivir por debajo de mis posibilidades. Debí haberme quedado en aquel acogedor pisito, no haberme desprendido de aquel Opel Corsa. Debí haber previsto que los banqueros una vez te tienen trincado, te subirían la hipoteca hasta la obscenidad, debí haber previsto que cuando Clinton dijo dinero para todos acabarían intoxicados los bancos europeos. En fin Santiago, que su consejo llega –al menos a mi- demasiado tarde.


Cuentan que cuando Oscar W. agonizaba pidió Champagne, cuando se lo sirvieron dijo… estoy muriendo por encima de mis posibilidades.

M. Hernández