martes, 2 de noviembre de 2010

LAS RECETAS BASURA DEL PIQUETERO GDF

Como todo el mundo sabe, analizar el pasado es muchísimo más fácil que predecir el futuro. Los repetidos fracasos de la ciencia económica en el intento de conocer con antelación lo que va a suceder a medio o largo plazo han inspirado una definición poco caritativa de los profesionales que se dedican a esta rama del saber. Según esta definición, los economistas son unos sabios que primero pronostican cuál será el comportamiento del sistema productivo y después explican por qué no ocurrió lo que pronosticaron.
Ahora seguimos inmersos en lo peor de una crisis cuya magnitud muy poquitos vieron venir, una crisis de salida más que incierta y en relación con la cual resulta más arriesgado que nunca hacer pronósticos de futuro. Una prueba de la desorientación general son las recientes palabras del Presidente de la Reserva Federal norteamericana, Ben Bernanke, para quien “los tipos de interés al 0 por ciento resultan demasiado altos”. Pero en medio de ese desconcierto, algunos no sólo no se arredran, sino que se atreven a ofrecer recetas merecedoras de grandes titulares en los medios de comunicación. “De la crisis se sale –ha dicho en días pasados el todavía Presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán- trabajando más y, desgraciadamente, cobrando menos”.
Quiero creer que semejantes palabras habrán reducido un poco más el número de españoles que estarían dispuestos a comprarle un coche de segunda mano al señor Díaz Ferrán. De hecho, los propios vicepresidentes de la patronal no parecen confiar mucho en él y le han convencido para que convoque elecciones. Estamos ante unas palabras que por sí mismas retratan la calidad de la gestión empresarial que es capaz de llevar a cabo el Presidente de la CEOE, gestión coronada en los últimos tiempos por "éxitos" tan clamorosos como el de Air Comet o el de Viajes Marsans. Entre las respuestas que se dieron al líder de la patronal destacó por su sensatez la de José Manuel González Páramo, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo: “no tenemos que trabajar más, sino trabajar mejor y ser más productivos”.
¿En qué consiste trabajar mejor? Esa podría ser, como se dice en el lenguaje de la calle, la pregunta del millón. Pero yo supongo que trabajar mejor consiste en organizar la producción y el tiempo que dedicamos a la actividad laboral de tal modo que consigamos ser más eficientes. Esa mayor eficiencia –ligada siempre a los avances tecnológicos- debería llevarnos a mantener nuestro nivel de vida o incluso a mejorarlo dedicando a ese objetivo menos horas de trabajo y disponiendo por tanto de más tiempo para el ocio, para la vida familiar y el cultivo de la propia persona.
Es verdad, según las estadísticas, que España es una de las economías desarrolladas que más competitividad (esa palabreja) ha perdido en los últimos años. Por ejemplo, en relación con Alemania ya hemos perdido un 25 por ciento al parecer. Pero resulta que los alemanes, en promedio, tienen unas jornadas anuales bastante inferiores a las españolas. Y el problema no está en los salarios que, como ya escribí antes de la huelga del 29-S, vienen perdiendo poder adquisitivo a razón de más de un punto por año desde hace bastantes años. La pelota –el problema- está en el tejado de los que tienen competencias para decidir cómo se organiza la producción, cuánto se invierte en nuevas tecnologías o nuevas infraestructuras, etc. Es decir, el problema está en el tejado de la clase empresarial y del Gobierno, porque la clase trabajadora no para de aportar nuevos sacrificios, el mayor de los cuales son los más de cuatro millones de desempleados.
Una propuesta como la de Díaz Ferrán –llevada a sus últimas consecuencias- nos retrotraería a la época de la revolución industrial. Una propuesta tan primaria, tosca y poco tecnificada nos ayudaría sin duda a ser más competitivos (como lo éramos hace más de medio siglo y por eso venían a instalarse aquí las multinacionales). ¿Pero cuál sería el precio? ¿De nuevo la vuelta a jornadas de trabajo de 16 horas diarias siete días a la semana, la supresión de las vacaciones pagadas y las pagas extra, la desaparición del salario mínimo, la anulación de los convenios? El hasta ahora líder de la patronal representa una corriente de pensamiento que desearía basar la competencia por ganar o mantener cuotas de mercado en una explotación creciente de la mano de obra. Una corriente contraria a lo que ha sido el sentido del progreso (al menos en Europa) durante los últimos siglos. Y en esa corriente contraria al sentido del progreso hay que inscribir, por desgracia, la reciente reforma laboral impulsada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, una reforma que ha erosionado gravemente el derecho constitucional a la negociación colectiva.
Desde mi punto de vista, una de las claves de la crisis actual y de la llamada globalización es la excesiva duración de las jornadas laborales. Esto genera un exceso de capacidad productiva que no hay forma de colocar entre los consumidores, y de ahí surgen las tensiones por las cuotas de mercado, tensiones que en el pasado desembocaron en guerras varias y que ahora mismo se están concentrando en la guerra de divisas que llevan a cabo los principales países del G-20. No es la primera vez en la historia económica que los países intentan derivar sus crisis hacia otros mediante la devaluación más o menos artificial de sus monedas. Y como ha ocurrido otras veces en el pasado, sólo un salto gigantesco en los niveles de consumo (o las necesidades de reconstrucción después de una guerra) permitirían que la maquinaria productiva global funcionase a pleno rendimiento y volviera a perfilarse en nuestro horizonte la posibilidad de conseguir el pleno empleo. El problema es que ahora sabemos que el incremento continuado del consumo mundial nos coloca frente a un desafío aún mayor que la crisis: el propio equilibrio ecológico del planeta y a más largo plazo la propia supervivencia de la especie humana.
Quizá deberíamos hacer un esfuerzo por sustituir la filosofía de la competitividad por la filosofía de la eficiencia. La primera nos lleva a un callejón sin salida en el que cada uno quiere mejorar su cuota cuando la tarta global no puede crecer lo suficiente para dar satisfacción a todos. La segunda nos abre un horizonte (utópico, si se quiere) en el que sería perfectamente posible mantener los niveles actuales de bienestar reduciendo progresivamente el tiempo de trabajo necesario para conseguirlo. Dicho en términos comerciales, la cuestión de fondo es si vamos a importar desde Europa las condiciones de explotación y miseria que se dan en otras partes del mundo o vamos a exportar al resto del planeta los avances sociales conseguidos en el Viejo Continente durante el último siglo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido amigo Santiago:

Tienes la razón, indudablemente, en una perspectiva que yo llamaría "estática". Pero el caso es que tu sabes tan bien como yo que entre la teoría, económica en este caso, y la realidad práctica, está la capacidad del sistema político y social para hacer realidad el modelo teórico. En última instancia está la variable "tiempo" que, ese sí, lo ajusta todo hacia el límite previsto por la teoría.
¿Crees que en un tiempo política y socialmente relevante para que sea perceptible por los actores del drama, el sistema político y social español es capaz de mejorar la eficiencia de nuestro sistema productivo a una velocidad superior a la que lo están haciendo los países emergentes y los tradicionales desarrollados que no dejaron deteriorarse tanto su eficiencia?.

Esa es la cuestión que hay sobre la mesa. Y para contestarla adecuadamente no valen voluntarismos. Esos son válidos tan sólo en la estrategia de la lucha por el poder político, no en el análisis de la realidad.

Al menos así lo veo yo. Por eso me temo que el ajuste de nuestro sistema sólo se va a hacer mediante una nueva emigración. En este caso de jóvenes formados.

Pepe Morilla

Santiago L. Legarda dijo...

Hola, Pepe: muchas gracias por tu visita y por tu comentario. Es evidente que estamos en un difícil atolladero. Pero creo que nuestro horizonte utópico tiene que ser mantener los niveles actuales de bienestar y mejorarlos si se puede. Lo que no debemos hacer es confundir bienestar con consumo, y me parece que esa confusión está en la base de esa pregunta que tanto se repite ahora acerca de si nuestros hijos vivirán mejor o peor que nosotros.
Hace poco leí una necrológica de un economista francés que dijo que los únicos beneficiarios de la globalización iban a ser las multinacionales. No sé si llevaba razón o no, pero tengo clarísimo que en España y otros países de lo que antes llamábamos el mundo desarrollado hay sectores sociales - los más poderosos, por desgracia - muy interesados en tomar la globalización como excusa perfecta para ir laminando los avances sociales de las últimas décadas. La cuestión es analizar la realidad sin voluntarismos, de acuerdo, pero no sólo analizarla, también camabiarla, si se puede. Y en esas estamos, aunque creo que nos tienen rodeados. Un abrazo.