En las horas previas a la puesta en marcha de los bombos que resolverán la jubilación de algunos he estado escribiendo estas reflexiones sobre el gran asunto que domina la actualidad de estos días. Admito que ZP puede tener más y mejor información que el común de los mortales, pero creo que él mismo se la quita con esa actitud tan inflexible y tan soberbia que ha adoptado en los últimos tiempos. No será esta, espero, mi última contribución al debate, queridos lectores de ZD.
“No os defraudaré”, les dijo muy solemnemente el Presidente del Gobierno a los miles de seguidores que le aclamaban y le gritaban “no nos falles ZP” en la madrileña calle de Ferraz después de su triunfo en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004. Seis años y nueve meses después de aquella noche memorable, el mismo hombre que se mostraba tan seguro de que el poder no le iba a cambiar no se cansa ahora de repetir ahora que “sabe lo que tiene que hacer” y que lo va a hacer “le cueste lo que le cueste”. ¿Y quién o quiénes han convencido a ZP de lo que hay que hacer así se desplome la bóveda celeste sobre nuestras cabezas? Los mercados, que a fin de cuentas también sor personas, según acaba de revelarnos el señor Gobernador del Banco de España. Tan personas como los millones de votantes que llevaron a ZP en volandas hasta La Moncloa.
Así, pues, estamos en lo mismo de toda la vida: una lucha de clases sociales para decidir cómo se reparte la tarta disponible. Lo único lamentable, desde el punto de vista de los que auparon al actual jefe del Ejecutivo, es que este señor, cual Saulo caído del caballo, ha descubierto el camino de la salvación de la mano de los mercados y se muestra dispuesto a recorrerlo con la furia del converso. Pero somos muchos los que creemos que ese camino no es el de la salvación, sino el de la perdición. Somos muchos los que seguimos creyendo que las sociedades democráticas no pueden gobernarse con el rabillo del ojo puesto en los cambiantes caprichos de los mercados.
El anuncio de que el retraso de la edad de jubilación a los 67 años es innegociable, es una actitud tan caprichosa como aquellos 2500 euros por cada nuevo hijo que Rodríguez Zapatero sacó de la chistera en el fragor de un debate parlamentario o aquel descuento de 400 euros -hoy desaparecido- en la declaración del IRPF. Pero esto de ahora es más grave, muchísimo más grave, al menos por tres razones: porque probablemente es un medida innecesaria con la calculadora en la mano, porque es una agresión a los derechos de los trabajadores y porque rompe la tradición de hacer por consenso las reformas en nuestro sistema de protección social, tradición implantada con la firma del Pacto de Toledo.
Es perfectamente comprensible el enfado de los sindicatos al ver la cerrazón del Presidente del Gobierno, cuando la mayoría de los grupos parlamentarios, representantes de la soberanía nacional, se han negado a respaldar esa iniciativa del Ejecutivo y cuando los propios sindicatos han negociado y aceptado responsablemente en el pasado algunas reformas que también implicaban recortes y sacrificios, por ejemplo la ampliación del período de cálculo de las pensiones desde los 8 a los 15 años. Así que este segundo mandato de ZP cada vez se va pareciendo más al catastrófico segundo mandato de José María Aznar. Si Aznar se dejó seducir por el atlantismo de George Bush para embarcarnos en una especie de cruzada personal en la que nada teníamos que ganar, Rodríguez Zapatero se ha dejado seducir por los cantos de sirena de unos mercados, tras los cuáles puede que haya personas, como dice Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pero lo que hay seguro son los intereses de unos sectores sociales que se van a ver beneficiados con los nuevos recortes.
¿Y quiénes son esos presuntos beneficiarios? Pues, por encima de todo, las entidades financieras, que son las principales culpables de la crisis actual y que, curiosamente, reciben oficialmente el título de “creadores de mercado” en sus tratos con el Tesoro público para asegurar la colocación de los títulos de deuda soberana. Cuanto más se le meta el miedo en el cuerpo al personal con recortes en las expectativas y derechos generados, con anuncios catastrofistas basados en proyecciones macroeconómicas y demográficas que luego se demuestran falsas, más acudirán como corderitos a suscribir planes de pensiones privados, como recomendó desvergonzadamente el anterior ministro de Trabajo. Ya a comienzos de los 90 muchos expertos “independientes” pronosticaban que para 2015, ó como mucho 2020, el sistema de pensiones habría entrado en quiebra; y ahora resulta que el porcentaje del PIB que dedicamos a pagar las pensiones es más o menos el mismo o incluso inferior al de entonces.
Más de ocho millones de españoles tienen actualmente una parte de sus ahorros invertida en el “corralito” de los fondos de pensiones. El volumen total de estos fondos supera los 80.000 millones de euros, de los cuales las entidades bancarias se quedan cada año unos 2.000 millones, en comisiones de gestión y depósito. Comisiones que aplican a rajatabla, tanto si hay ganancias como pérdidas. ¡Y lo más gracioso es que lo que hay son pérdidas!, al menos en términos reales. Yo invito a los lectores de ZD a que hagan un sencillo ejercicio: cojan la información que periódicamente les remite su banco y vean a cuánto asciende la suma total de aportaciones que llevan hechas, después comparen esa cifra con la de los derechos consolidados, es decir, con la cantidad que obtendrían a día de hoy si pudieran rescatar su plan de pensiones. Se van a llevar grandes y, en muchos casos, desagradables sorpresas. Después párense un momento a reflexionar sobre el sistema público de pensiones, que sigue teniendo superávit a pesar de los ocho millones y medio de pensionistas –más del doble que hace treinta años- y a pesar de que la cuantía media de la pensión es, en términos de poder adquisitivo, un 30 ó 40 por ciento superior a la de hace tres décadas.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años