jueves, 2 de diciembre de 2010

MARCELINO CAMACHO Y LA "CATEDRAL DE BURGOS" DEL SINDICALISMO ESPAÑOL


Aunque sé que voy con mucho retraso, queridos lectores de ZD, aquí os ofrezco el texto que publiqué hace unos días en DIARIO DE ALCALÁ después de visitar la capilla ardiente del líder histórico de Comisiones Obreras.
En la tarde lluviosa del 29 de octubre, mientras esperaba en la cola para visitar la capilla ardiente de Marcelino Camacho, recordé la primera vez que vi las siglas de Comisiones Obreras. Estaban escritas con grandes letras rojas sobre el fondo blanco de un muro alcalaíno. Puede que fuera en el año 68 ó 69 del siglo pasado y, por supuesto, yo no tenía ni idea de lo que significaban. Pero la escena se quedó para siempre entre mis recuerdos, precisamente porque me pregunté qué querrían decir aquella C y aquella O repetidas.
Las Comisiones Obreras –nacidas de manera más o menos espontánea en la mina La Camocha- tenían ya casi una década de existencia y eran una creación de la clase trabajadora española para luchar por los derechos sindicales y las libertades democráticas. La levadura y armazón de aquel movimiento sociopolítico surgido en los grandes centros de trabajo eran los militantes comunistas, convencidos de que sólo la movilización de masas podía acelerar la caída de la dictadura, empeñados en aprovechar a fondo los resquicios que ofrecía el sindicato vertical para luchar por unas mejores condiciones de vida y de trabajo.
Uno de aquellos luchadores, el más carismático sin duda, era Camacho. Tenía todas las virtudes necesarias para hacerse merecedor del respeto, el cariño y la admiración de una sociedad entera, como se ha puesto de relieve con ocasión de su fallecimiento. Camacho era el símbolo, la punta de lanza, pero tras él estaba el esfuerzo y el sacrificio casi sobrehumanos que llevaban a cabo miles de anónimos militantes que aportaron cada uno su grano de arena para construir un edificio que Nicolás Sartorius –otra de las grandes cabezas del sindicato- definió un día como la “catedral de Burgos” del sindicalismo español.
Mientras contemplaba el féretro del dirigente desaparecido, recordé la asamblea clandestina, o semiclandestina, que celebramos unas ciento cincuenta personas en la iglesia parroquial del Santo Ángel. Era en la primavera de 1976 y se trataba de elegir a los tres representantes que nos correspondían a los alcalaínos en la Asamblea de Barcelona, en la que se decidió la constitución de Comisiones como sindicato y se eligió una Ejecutiva encabezada por Marcelino y en la que tenían un papel preponderante los dirigentes que habían sido encausados en el Proceso 1001 y acababan de salir de la cárcel. Asambleas como aquella del Santo Ángel se celebraron a cientos por todo el territorio nacional después de un largo invierno de movilizaciones contra el llamado Gobierno de Arias-Fraga. Aquellas movilizaciones dejaron claro de una vez por todas que los españoles nos merecíamos una democracia como la de nuestros vecinos europeos y no nos íbamos a conformar con menos.
Supongo que a Camacho, un hombre austero y generoso, militante comunista hasta el final de sus días, le habría gustado hacer extensivo el reconocimiento que le tributaba la sociedad española a todos los militantes que le acompañaron en la durísima lucha contra la dictadura. Pero qué paradojas y que ironías de la vida: algunos de los que se han apresurado a pronunciar grandes elogios hacia su persona desearían que no hubiera comités de empresa, que no hubiera sindicatos, que no existiera la negociación colectiva como derecho fundamental recogido en la Constitución, que no hubiera convenios, que no existiera el salario mínimo, que no hubiera tampoco otros derechos sociales y sindicales exigibles ante los tribunales.
¿Son válidos el ejemplo y la lección que nos ha dejado Camacho para los trabajadores de hoy y del futuro? En mi opinión, sí, aunque sepamos cuánto han cambiado las cosas, aunque la ética y el sacrificio altruista ya no sean las señas de identidad del sindicalismo realmente existente, aunque sepamos que el ideal comunista –que llevó a tantos a jugarse el bienestar personal y hasta la propia vida- ha sido un colosal fracaso histórico. Sigue teniendo sentido, como dijo Marcel Camacho, en el homenaje público de la Puerta de Alcalá, la lucha por la justicia y por la igualdad.
La contribución de Comisiones Obreras al establecimiento de la democracia en España ha sido inmensa. Su trayectoria hay que inscribirla en la historia de tantos otros sindicatos nacidos para luchar por un mundo mejor. Y, desde el punto de vista sindical, cuando decimos un mundo mejor lo que estamos diciendo es mejores salarios, más derechos y libertades, más protección contra el paro, la vejez y la enfermedad, jornadas de trabajo más cortas, más posibilidades de acceso a la educación y a la cultura, etc. En la economía global, los sindicatos tienen ante sí la tarea gigantesca de extender esos avances a todos los trabajadores del planeta. No es fácil, pero ese tiene que ser el norte que guíe su acción de cada día, porque si la globalización se deja únicamente a las reglas del mercado capitalista no avanzaremos hacia una vida mejor, sino que retrocederemos hacia una vida peor. Quizás sea esa la mejor lección que los trabajadores de hoy pueden extraer de la obra de Marcelino Camacho: que los sindicatos han sido una herramienta imprescindible para construir la sociedad más o menos decente que hoy disfrutamos, que sin ellos será imposible defender las conquistas sociales de los trabajadores y que en el futuro serán tan imprescindibles como siempre para extender esas conquistas a millones de trabajadores sometidos hoy a una explotación que nos avergüenza como seres humanos.

1 comentario:

P. M. Talaván dijo...

De acuerdo en todo, Santiago, pero ahora todos nos creemos ricos porque tenemos una hipoteca y los sindicatos son considerados como un estorbo y un movimiento demodée. Nadie explica que los sindicatos tendrán fuerza si tienen afiliados y si nos creemos, como demuestran los sindicatos clasistas - léase controladores aéreos- que un país se detiene con un gesto. ¡Nosotros podemos volver la cristas en nuestro favor! ¡sólo hace falta querer y no tener miedo! Camacho lo demostró.