Escribo esta columna cuando faltan pocas horas para que se abran los colegios electorales y menos horas aún para que vaya a darme una vuelta por la Puerta del Sol. No me hago muchas ilusiones con respecto a los frutos concretos que pueda conseguir este movimiento presuntamente espontáneo -Democracia real ya,se autodenominan a sí mismos- surgido durante la campaña electoral, pero quiero echarle un vistazo con mis propios ojos.
Hay muchos motivos para la frustración,para la indignación,para la decepción,incluso para la desesperación. Y quizá todos esos motivos pueden sintetizarse en un solo: tenemos todo el derecho a la libertad y la búsqueda de la felicidad, pero la cruel realidad nos cierra todos los caminos posibles. Nos vemos abocados a un horizonte sin esperanzas, un futuro en el que, tal vez, acabe imperando la ley de la selva, la ley del más fuerte. ¡Qué lejanas y utópicas nos suenan hoy aquellas palabras que inspiraron la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad!
De entre todos los motivos para la indignación y la frustración, yo quiero destacar uno. No creo que sea el más importante, pero lo hago porque hay un responsable del mismo, con nombre y apellidos. Entre fallarle a la gente o fallarle a los "mercados", José Luis Rodríguez Zapatero, hace ahora justamente un año, eligió fallarle a la gente. Y eso que en su gran noche de gloria, siete años atrás, había prometido muy solemnemente: el poder no me va a cambiar, no os fallaré. Puede que ZP lleve razón cuando dice que con su "traición" salvó a España de caer en las garras del "rescate" a manos de la UE y el FMI. Puede que ahora estuviéramos con el dogal al cuello, puesto por nuestros propios "socios", dogal que nos acabarán poniendo de todos modos. Pero al menos tendríamos alguien de quien poder decir: en la hora cumbre de su vida, supo actuar con dignidad. Es mejor ser pobres y tener alguna esperanza que ser igualmente pobres y además desesperanzados.
Cuando era joven e indocumentado, como ya dije en la columna anterior, creía en el fondo de mi corazón que el nivel de autoexigencia ética de las gentes que se situaban a la izquierda del espectro político era mayor que el de las gentes de la derecha. Una de las más duras lecciones de la vida ha sido el tener que aceptar que el material con el que estamos hechos todos es el mismo. Hoy no creo que el material con que están hechos los de la acampada en Sol sea mejor que el material con que están hechos los que se quedarán en su casa y mañana acudirán cívicamente a depositar su voto en las urnas. Pero aun así, acudiré al llamado "kilómetro cero" y por un momento sería feliz si pudiera escuchar a toda pastilla por la megafonía no consignas ni recomendaciones ni instrucciones, sino sólo estos versos de Pablo Neruda,que me hicieron llorar un día cuando los escuché en las voces de Olga Manzano y Manuel Picón:
Mi lucha es dura y vuelvo con los ojos cansados,/a veces, de haber visto la tierra que no cambia,/pero al entrar tu risa, sube al cielo y me busca/y abre para mí todas las puertas de la vida.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
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