El domingo 11 de septiembre de 1977 fue un día muy soleado en Cataluña y en el resto de España. Si el ambiente atmosférico era agradable, aún lo era más el ambiente político porque todo era entonces de estreno en la política española: todavía no se habían cumplido tres meses desde la celebración de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista.
Después de desayunar copiosamente en el cuartel de infantería ubicado en la colina de Gardeny, bajé caminando hasta el centro histórico de la ciudad de Lérida, donde compré el periódico y cambié mi uniforme de militar por las ropas de calle. Ya sé que ahora el nombre oficial de aquella capital de la "terra ferma" es Lleida, pero yo me enamoré de ella con el nombre de Lérida; y el corazón, como tantas veces se dice, tiene razones que la razón no entiende. Una vez vestido de civil, me dirigí a la estación, donde cogí el primer tren para Barcelona. Quería participar en la manifestación que las fuerzas democráticas de Cataluña habían convocado para exigir la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía.
Durante unos cuantos años (quizá hasta el 27 de febrero de 1981) aquella inmensa manifestación que bajó por el Paseo de Gracia hasta la Plaza de Cataluña estuvo considerada como la mayor demostración de masas acaecida en la España democrática. Siempre me he sentido orgulloso de haber sido uno más de los que contribuyeron a aquel ejercicio de civismo memorable, aunque debo confesar que me sentí muy solo enmedio de aquel gentío inabarcable.
También debo confesar que muy posiblemente no habría ido a aquella celebración de la Diada si a alguno de los convocantes se le hubiera ocurrido decir, como dicen ahora los dirigentes de Convergencia y Unión, que "la España subsidiada vive a costa de la Cataluña productiva". ¿Qué nos ha pasado a lo largo de estas décadas para llegar a inferirnos una ofensa semejante?
Creo que la respuesta es que nos hemos vuelto muy insolidarios, tanto desde el punto de vista político como del económico o social. Y en ese contexto en el que se oye de fondo el grito de "sálvese quien pueda", muchos miles, cientos de miles, de catalanes se han dejado engatusar por esa quimera del "derecho a decidir".
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