Este jueves concluye la ronda de contactos
de Felipe VI con los líderes de las fuerzas políticas que tienen representación
en el Parlamento. La esperanza, dice el refrán español, es lo último que se
pierde, pero ya tenemos dibujada en el horizonte, con nítidos y amenazantes
perfiles, la peor de nuestras pesadillas: una nueva convocatoria a las urnas,
quizás para finales del mes de noviembre. Como tantas otras veces en nuestra
historia, nos sobra cainismo y nos faltan un poco de imaginación y una pizca de
generosidad. También es verdad que podríamos traer a colación algunos momentos
memorables de nuestra historia en los que hemos sido capaces de arrinconar
nuestros peores defectos para poner en juego nuestras mejores virtudes.
Ejemplos de los que podrían extraer la inspiración necesaria nuestros políticos
actuales, y de ahí que aún se atisbe un resquicio de esperanza.
Lo más incomprensible de nuestro bloqueo
actual es que algunas fuerzas políticas (singularmente el Partido Socialista,
pero no es el único) se niegan a adoptar decisiones que nos beneficiarían a
todos y que redundarían en beneficio propio para ellas. España, la sociedad
española, necesita que haya un gobierno cuanto antes y todos coinciden en que
unas terceras elecciones serían catastróficas. Luego quien se avenga a
facilitar ese bien superior que es que tengamos gobierno y la maquinaria
constitucional funcione sin sobresaltos, tendrá el agradecimiento de la gente,
agradecimiento que probablemente (no es seguro, pero sí probable) se traducirá
en votos cuando llegue el momento.
Ciudadanos, a quien ahora los socialistas
parecen zaherir gratuitamente colocándolos entre los “afines” al PP, ha dado un
paso muy importante: siguen sin querer pactar un programa de gobierno conjunto
con los populares, pero han anunciado que se abstendrá para dejar vía libre a
Mariano Rajoy. Convengamos en que sería mucho pedir que el partido de Albert
Rivera, después de haber pactado un programa de gobierno con los socialistas
hace solo medio año, lo pactasen ahora con los populares, que encima están
procesados por el asunto de Bárcenas y el borrado de ordenadores. Pero con el
sí de Ciudadanos no bastaría si los nacionalistas y soberanistas no se avienen
a cambiar su voto negativo por una abstención. Cabría pedir un poco de
generosidad y visión de estado a los nacionalistas, pero ¿cómo pedir tal cosa a
quienes apuestan hoy día por la destrucción de España? Cortesías
parlamentarias, las que se quieran, pero con las cosas de comer no se juega, es
decir, que nacionalistas y soberanistas tienen que se considerados un cero a la
izquierda a los efectos de asegurar la gobernabilidad de España. Al menos
mientras se mantengan en sus reclamaciones actuales.
Miremos ahora a la izquierda, porque toda
la presión en demanda de apoyo a la gobernabilidad se ha dirigido hacia el
PSOE, pero hay otra fuerza política que también aspira a gobernar España y a la
que se le puede y se le debe exigir la misma altura de miras y la misma visión
de estado que se están exigiendo al Partido Socialista. Una abstención de los
socialistas permitiría desencallar la situación, pero una abstención de Unidos
Podemos también. Y, desde un punto de vista puramente institucional, se les
podría exigir la misma responsabilidad
que al PSOE.
Pero Unidos Podemos se está mostrando al
menos coherente: su no contribución a la gobernabilidad tiene una buena
coartada. Su apuesta es un gobierno de izquierdas presidido por el Partido
Socialista y pactado con nacionalistas y soberanistas. Un camino hacia el
abismo que numéricamente sería posible, pero de aspecto suficientemente
enloquecido como para que los socialistas ni siquiera se lo planteen, aunque
algunos de ellos desearían intentarlo.
Quienes están claramente desnudos, sin una
coartada creíble, son una vez más los dirigentes socialistas. Ya lo estuvieron
después de las elecciones de diciembre y, pasmosamente, parecen sordos como una
tapia al mensaje salido de las urnas. Incurriendo en contradicción insuperable,
le piden a Rajoy que negocie con los nacionalistas, cuando ellos mismos, en su Comité Federal, acordaron que hacer
depender el Gobierno de España de los soberanistas era una línea roja que de
ningún modo podía traspasarse. Y tampoco es floja la falacia de decir que, como
ellos son el primer partido de la oposición, su deber es votar que no y ser la
alternativa al hipotético gobierno del PP. Como si una abstención les fuera a
inhabilitar para ejercer ese deseado papel de oposición y alternativa.
Coincidiendo con las consultas del Rey
hemos asistido al nuevo desafío lanzado por la mayoría soberanista del
parlamento de Cataluña. Una razón más para poner en marcha de una vez la
maquinaria constitucional española y que haya un gobierno en condiciones de
adoptar las medidas o iniciativas que hagan falta. Vamos a ver si la sensatez
consigue vencer al cainismo.