viernes, 6 de febrero de 2009

Y EN ESTO LLEGÓ BOTÍN

La discusión sobre los bancos y su papel en la crisis empezaba a parecerse mucho al cuento clásico sobre las liebres, los galgos y los podencos. Para cualquier observador imparcial estaba claro que el Gobierno hacía esfuerzos desesperados por tratar de desviar la presión hacia las entidades financieras. Impresión que se vió confirmada por las torpes palabras de Miguel Sebastián acerca de los límites de la paciencia del Gobierno. Tuvieron que salir a la palestra el Vicepresidente Económico, Pedro Solbes, y el Vicesecretario General del PSOE, José Blanco, para poner las cosas en su sitio con la afirmación de que la paciencia de los socialistas es ilimitada. Pero en el aire quedó flotando la sospecha de si Sebastián y su amigo ZP no estarían poniendo en escena una nueva versión del conocido truco del policía bueno y el policía malo.
Y en estas le llegó el turno a Emilio Botín, que después del último encuentro en La Moncloa había acumulado grandes ganas de cantar las verdades del barquero en público y que no desperdició la ocasión de oro que se le presentaba con motivo de la presentación de resultados. Botín, como Presidente del primer banco español, pareció erigirse en portavoz del sector y comenzó a lanzar cifras y argumentos: "los bancos españoles no hemos cerrado el grifo de la financiación para las inversiones solventes, pero es muy difícil, casi imposible, que el crédito crezca en plena crisis económica". Luego añadió que el Santander sigue autorizando tres de cada cuatro peticiones de préstamos en un contexto en el que las solicitudes de créditos a particulares han caído un 21 por ciento y las solicitudes de hipotecas lo han hecho en un 28 por ciento. Y además lanzó este aviso para navegantes: "Flaco favor haríamos las entidades a la economía española si aumentáramos el crédito de forma irresponsable, poniendo en peligro la solvencia del sistema financiero, como ha ocurrido en otros países".
A lo mejor lo que ocurre es que estamos ante una discusión bizantina, porque el Gobierno tiene razón cuando dice que los bancos deben arrimar el hombro y éstos también tienen razón cuando dicen que ya lo están arrimando y que no hacen otra cosa que lo que han hecho siempre, es decir, prestar dinero a quien creen que puede devólverselo con los correspondientes intereses. A partir de ahí, quizá habría que buscar en otra dirección, porque no se puede culpar a los bancos españoles de la situación que padecemos, a pesar de sus elevados beneficios y de los sueldos escandalosos que se adjudican a sí mismos los grandes directivos de la banca. No olvidemos que, si la morosidad se dispara, esos beneficios pueden desaparecer casi con la misma rapidez con que ha desaparecido el superávit de las cuentas públicas.
Está claro que a los ejecutivos de la banca -y no sólo de la banca, también a los de las grandes empresas y a los titulares de las PYMES- se les debería exigir más austeridad en sus retribuciones, algo parecido a lo que ahora ha hecho Obama con los bancos americanos que recibieron ayudas públicas. Pero los principales abanderados de esa exigencia deberían ser los propios accionistas, esa masa anónima y silenciosa que acude a las Juntas a ver, oir, aplaudir y callar. Y, por otra parte, no podemos dejar de reconocer el muy distinto papel que han jugado, al menos hasta ahora, las entidades financieras españolas y sus colegas americanas. Mientras estas últimas han sido el detonante de la crisis con sus prácticas fraudulentas, las nuestras la están capeando lo mejor que pueden gracias a unos balances aparentemente saneados.
Hablábamos aquí el otro día del papel de las administraciones públicas y, singularmente de los ayuntamientos, que son los mayores morosos que hoy existen en España. ¿Por qué no se ponen al día en sus pagos a las empresas? No lo hacen porque es más barato financiarse a base de acumular deudas con los proveedores que acudiendo a los bancos para firmar operaciones de tesorería o préstamos a medio y largo plazo. Esa podría ser una de las claves para salir del atolladero. No creo que los bancos y las cajas de ahorro fueran a poner pegas para prestarles el dinero que necesitan. Lo único que ocurriría es que esa deuda encubierta que hoy tienen se convertiría en deuda oficial, por la que habría que pagar equis intereses. Las administraciones públicas estarían más endeudadas, pero al menos no incurrirían en la irresponsabilidad de estar clamando para que se de crédito a las familias y a las empresas y al mismo tiempo tener a los acreedores haciendo cola delante de las ventanillas.

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