Me asombró mucho, en días pasados, ver a
una señora de unos aparentes setenta años peleándose con un policía de los que
custodiaban las vallas que se habían colocado en el Congreso de los Diputados.
Había sido convocada en la Carrera de San Jerónimo una manifestación de
pensionistas indignados y, al parecer, la buena señora no estaba dispuesta a
esperar hasta las Jornadas de Puertas Abiertas para gritar bien alto su
descontento en el hemiciclo.
No menos asombrado me dejó al día siguiente
uno de los portavoces de lo que podríamos llamar “la revolución de los mayores”
al asegurar en un programa televisivo: “lo que nos pagan no nos lo regala
nadie, es lo que hemos contribuido”. No
pongo en duda la buena voluntad de la señora de la valla (aunque yo le
recomendaría otras actividades de menos riesgo) ni la del señor de la
televisión, pero esa frase encierra una de las mayores falsedades de cuantas
dominan el debate social y político en la España de hoy. Una falsedad forjada
por un estado de opinión en el que los sentimientos han desplazado a las
matemáticas.
La edad media de jubilación
en España es actualmente 62,5 años, pese
al aumento progresivo de la edad legal de retiro, que llegará a los 67 años en 2027. Y ocurre al mismo
tiempo que nuestro país presenta una esperanza de vida que es la segunda más
alta del mundo, solo superada por Japón. Nuestros jubilados viven, por término
medio, 20 años más una vez que se retiran. De acuerdo con los porcentajes de cotización
a la Seguridad Social y con las reglas actuales para calcular la pensión, se
necesitan más de tres años de cotización por cada año de prestación. Pero la
media de años cotizados, pese a lo mucho que creen haber contribuido nuestros
mayores, no llega a los 40 años. Así que cada pensionista español, por término
medio, va a recibir en lo que le queda de vida un 30-35% más de lo que le
correspondería de acuerdo con sus aportaciones a las arcas públicas.
Esto es lo que nos dicen las
matemáticas: la sociedad española está siendo muy generosa con sus mayores.
Mucho más generosa que la sueca, por ejemplo, donde al decir de algunos los
perros son atados con longaniza de payés. Pero, a despecho de lo que nos dicen
los números, el sentimiento que parece impulsar las concentraciones callejeras
de jubilados es el de estar siendo tratados injustamente. ¿Por qué? Quizá todo
se deba a falta de información o a fantasías sobre lo bien que nos iría si el
mundo estuviera mejor repartido. Algunos portavoces de los mayores en marcha
dirán que la mejora sería sustancial con lo que se llevan los privilegiados,
los corruptos y los chupópteros. Pero lo cierto es que con lo de los
privilegiados, los corruptos y los chupópteros, aun siendo de todo punto
escandaloso e intolerable, no tendríamos ni para pagar la calefacción un solo
invierno. Y no me saquen a relucir lo del rescate a la banca, porque ese fue un
rescate a todos los ciudadanos, un rescate a nosotros mismos, que nos habríamos
ido por el despeñadero si no se llega a efectuar.
Quizá la explicación sea más
prosaica: a todos nos gusta recibir y no contribuir. Es cierto que un buen
número de pensiones son muy bajas. Pero ¿acaso fueron altas las contribuciones
de quienes padecen esta situación? En el caso de las no contributivas, dichas
aportaciones fueron inexistentes o tan bajas que no dieron para generar el
derecho a una prestación contributiva.
Desde el año 2000 la renta per cápita de la sociedad española ha
crecido un 60%, pero la pensión media de jubilación ha aumentado un 100%.
Quiere decirse que a los pensionistas realmente existentes (muchos que lo eran
a comienzos de siglo han dejado de serlo por razones obvias) les ha ido mucho
mejor que a la sociedad en su conjunto. Y no olvidemos otro dado crucial: tenemos
casi tres millones de pensionistas más que a comienzos de siglo.
Otra de las falsedades que
manejan los portavoces de los mayores “empoderados” es que con sus exigencias
de blindajes varios están tratando de asegurar sus pensiones y “las de sus
hijos y nietos”. Falso de toda falsedad. Cada nueva concesión que se hace a
este poderosísimo grupo de presión se hace a costa de los recortes que
inevitablemente habrá que hacer a los pensionistas del futuro. Cada nueva
concesión es un paso más hacia el abismo. Ya estoy viendo al Presidente del
Gobierno (al que le toque comerse ese sapo) diciendo desde la Tribuna del
Congreso: no podemos pagar y no vamos a pagar, cueste lo que cueste y me cueste
lo que me cueste.
Necesitamos apartar de este debate los
sentimientos y las razones morales. Necesitamos números y racionalidad. Y no es
racional que el factor de sostenibilidad (modular la cuantía inicial de la
pensión de acuerdo con la esperanza de vida), que iba a entrar en vigor el
próximo año, se haya aplazado de momento hasta 2023. Y recuerden otro factor:
el llamado de “sustitución”, que relaciona la cuantía inicial de la pensión con
el último salario. Aquí en España, con un gran sentido de la generosidad, llega
al 83% por término medio, mientras en la citada Suecia apenas supera el 50%.
Necesitamos que alguien tenga el valor de ir retirando el ponche de la fiesta,
porque de lo contrario acabaremos como el rosario de la aurora.