Hace algunos años, viajando en el tren de cercanías que une el centro de Madrid con la ciudad de Móstoles, disfruté durante un buen rato de una acariciante música interpretada con instrumentos de cuerda. Antes de acomodarme para descabezar un sueñecito, como era mi costumbre, caí en la cuenta de que aquella música que sonaba por el servicio de megafonía se parecía extraordinariamente al himno nacional de Alemania, que es uno de mis favoritos, junto con el de Estados Unidos. Pero me pareció asombroso que los gestores de las cercanías de RENFE eligieran para sus viajeros madrileños la agradable compañía de un himno extranjero, así que al llegar a la redacción llamé a nuestra corresponsal en Berlín y le comenté lo que me había sucedido en el tren. A ella, mucho más culta que yo, no le resultaba tan asombroso porque ese himno -me dijo- está basado en un cuarteto para cuerda compuesto por el inmortal Joseph Haydn.
He recordado esta anécdota mínima al reflexionar sobre los problemas que están teniendo algunos países de la Unión Europea para colocar en los mercados sus emisiones de deuda pública mientras Alemania consigue financiarse a unas tasas de interés negativas. La patria alemana por encima de todo y de todos, viene a decir la letra de ese bello himno germano, de tan exaltada inspiración nacionalista que los aliados lo prohibieron en parte después de la Segunda Guerra Mundial.
Probablemente lo peor del momento actual, desde el punto de vista de lo que Europa es y quiere ser en el futuro, es el terco empeño alemán en que cada uno trate de salvarse como pueda. Es desoladora esa insistencia fanática en hacernos pagar por unos pecados que, en buena parte, ellos mismos nos han ayudado a cometer. Téngase en cuenta que los bancos alemanes también contribuyeron con entusiasmo al inflado de la burbuja inmobiliaria y al presunto derroche consumista de los sureños, financiado a base de endeudamiento. La férrea voluntad germana de predominio sobre todos los demás llevó a dos guerras mundiales durante el siglo XX y ahora amenaza con echar abajo todo el proceso de construcción europea, del que el euro era el incuestionable buque insignia, posiblemente equivocado.
Los alemanes, llevados de su dogmatismo fiscal y antiinflacionista, parecen confundir lo urgente con lo importante. Cuando alguien sufre un infarto y es llevado de urgencia al hospital, sería impensable que los médicos se dedicaran a aleccionarle sobre la importancia de observar unas costumbres de vida sana en lugar de emplearse a fondo en reanimarlo y recuperar sus constantes vitales. La llamada prima de riesgo es el infarto que sufren hoy una buena parte de los países de la eurozona. Pero nadie o casi nadie parece interesado en explicar que esa prima se debe tanto al incremento de los intereses que los inversores exigen por comprar nuestra deuda como al descenso de los intereses que se exigen por los bonos emitidos por el Gobierno de Ángela Merkel.Lo importante, hoy, puede que sea un plan de saneamiento de las finanzas públicas, pero lo urgente es evitar que la prima de riesgo mate al enfermo, lo urgente es estabilizar los mercados de deuda y asegurar la liquidez de todos los países.
Alemania está hoy, como decíamos más arriba, financiando su deuda a largo plazo a tipos de interés reales negativos, una vez descontada la inflación. Y quizá debería aprovechar ese apetito extraordinario de los inversores para captar más dinero del que necesita y luego prestárselo a otros países que tienen más dificultades. Alguien podría alegar que ese sería un ejercicio de solidaridad absolutamente utópico, pero no lo es tanto: véanse, por ejemplo, los estatutos de la OTAN, que obligan a cualquiera de sus miembros a acudir en defensa de los demás si son atacados por un enemigo exterior. Pero el gobierno alemán no sólo se niega a prestar ayuda directa a los demás, se niega también a la emisión de los llamados eurobonos y a un papel más activo del BCE en defensa de la deuda de países como España, Italia y otros. Es evidente que esos deseados eurobonos supondrían un alivio para la mayoría y al mismo tiempo tenderían a encarecer la financiación de la deuda alemana. Pero el coste de esa operación, casi con toda seguridad, sería inferior a lo que han sido las aportaciones alemanas a los fondos estructurales y de cohesión de la UE. Y recuérdese que a cambio de esas aportaciones, Alemania se aseguraba un amplísimo mercado capaz de absorber una buena parte de la producción de su potente industria exportadora. Ahora parecen olvidados aquellos tiempos en que los ideales europeos se ponían por encima de los intereses nacionales. Alemania, en lugar de la solidaridad y la ayuda mutua, parece volver hoy por sus fueros nacionalistas, dispuesta a imponer su dominio sobre el resto de los socios comunitarios. Y por ahí pueden acaecernos nuevos desastres que hace poco tiempo nos parecían impensables.
1 comentario:
De mayor quiero ser un jubilado de oro del ERE de RTVE.
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