viernes, 25 de diciembre de 2015

ELECCIONES DEL 20-D: EL LABERINTO ESPAÑOL

     La composición del parlamento español salida de las urnas el 20 de diciembre me recuerda mucho la situación que se produjo en los años 93 y 96, cuando ni socialistas ni populares tenían mayoría suficiente para formar gobierno por sí solos. En el año 93 Felipe González se vio obligado a recurrir a los nacionalistas catalanes para obtener la mayoría necesaria y fue dando tumbos hasta que Jordi Pujol le retiró la respiración asistida y le obligó a convocar elecciones anticipadas.  El ganador de aquellas elecciones, también por una mayoría insuficiente, fue el Partido Popular encabezado por José María Aznar. Y entonces hicimos un descubrimiento asombroso: el antiguo recaudador de impuestos en La Rioja hablaba catalán en la intimidad.
     Fueron años de gran protagonismo para los nacionalistas en la gobernación de España, años que ellos aprovecharon a fondo para ir arrimando el ascua a su sardina. Todavía no sabíamos nada de la herencia de los Pujol en Andorra y el Presidente de la Generalitat era considerado por todos como un auténtico hombre de estado. Yo recuerdo con mucha nitidez un encuentro entre Pujol y Aznar en la Moncloa, que duró horas y horas (incluso se tomaron un descanso para una cabezacita después de comer) y en el que hablaron no sólo de política y economía, sino de todo lo divino y lo humano, incluidas las grandes joyas del arte románico en Cataluña.
     Después de los resultados habidos  en las elecciones del 20 de diciembre, podríamos decir que volvemos a las andadas pero en unas condiciones mucho peores para los intereses generales de la sociedad española y para los intereses de España como estado. A los nacionalistas ya no les basta con negociar cambios o nuevas competencias o nuevas financiaciones en el marco constitucional, ahora quieren el derecho a la secesión, ni más ni menos. Y lo que es peor, ahora cuentan con un aliado importante, llamado Podemos, que les ha prometido dar satisfacción a todas sus exigencias, comenzando por un referendum de autodeterminación en Cataluña. En tales circunstancias, me parece, al resto de demócratas españoles se nos plantea una necesidad ineludible: tenemos que gritar ¡no pasarán! y establecer en torno a los nacionalistas un cordón sanitario, como los demócrtas franceses lo han establecido en torno a los extremistas del Frente Nacional, para evitar que se hagan con el poder regional o estatal.
     Es comprensible que el Partido Socialista se niegue a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Pero sus dirigentes deben comprender que la situación es esta: o los nacionalistas - y su aliado Podemos - se avienen a moverse en el marco constitucional o deben ser excluidos como socio posible para formar gobierno. Y aún en este último caso, una alianza del PSOE con Podemos más los nacionalistas - lo que Pedro Sánchez ha llamado un Gobierno de cambio y progreso- sería una operación suicida para España y para el partido fundado por Pablo Iglesias.
     El otro Pablo Iglesias (con un 20% de los votos y un  20% de escaños en el Congreso, que difícilmente podrá controlar en su totalidad llegada la hora de la verdad) se permitió decir en la noche electoral que el pueblo español "había votado por un cambio de sistema" y que las reformas constitucionales, en el sentido que él propone, son imprescindibles e inaplazables. Si llega a obtener un 30% de los sufragios y, digamos, 150 escaños, ya estaría pidiendo para sí todos los poderes y la facultad de gobernar por decreto, en coherencia con su original inspiración bolivariana. Posteriormente se ha preguntado si Sánchez manda o no manda en el PSOE, dando por supuesto que él sí que manda en Podemos y lo que él diga o negocie va a misa. No parece que ese lenguaje, en el que uno manda y los demás asienten, sea el que esperábamos oir en boca de los representantes de la nueva política. Puede que sea un hombre honrado a carta cabal y yo desde luego iría con él de cañas por Lavapiés, pero no le compraría un coche de segundamano.
     De modo que quizás lo más razonable es lo que ha propuesto Albert Rivera: dejar que gobierne el más votado y negociar entre todos - de acuerdo con el mandato de diálogo salido de las urnas - aquellos cambios que se consideren necesarios para un mejor funcionamiento de España y de la sociedad española, cambios en el ámbito constitucional, electoral, educativo, laboral o presupuestario; cambios en los que, como ocurrió en los años de la transición, podríamos estar de acuerdo la gran mayoría de los ciudadanos. 

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