miércoles, 2 de diciembre de 2015

GANÓ EL DEBATE...Y PERDIÓ EL PERIODISMO RIGUROSO

Siempre se ha dicho que los periodistas no deben convertirse en los protagonistas de la noticia, aunque todos sabemos que los medios informativos tienden a valorar o despreciar los hechos noticiosos en función de sus intereses, de su orientación ideológica y de sus preferencias. El diario EL PAÍS, con el debate que organizó el lunes por la noche, nos ha dado esta semana un ejemplo deplorable. Días y días de promoción previa, en los que casi venían a decirnos que el resultado del 20D sería una consecuencia directa de este debate que ellos había organizado y que iban a difundir por Internet. Al día siguiente, un titular a cinco columnas en la portada y una docena de páginas dedicadas a glosar los distintos aspectos de lo dicho por Sánchez, Rivera e Iglesias. El autobombo llegó al delirio cuando publicaron una encuesta hecha por ellos mismos y según la cual ¡el 26% de la población! había seguido el debate. Ya hace años me sentí muy decepcionado cuando vi que en las páginas del diario madrileño se hacía más hincapié en promocionar la venta de un juego de sartenes que en dar buena información a los lectores. Mucho me temo ahora que los directivos de esa casa han perdido el sentido de la mesura y con su comportamiento lo que nos están anunciando es el comienzo de su propia decadencia.
Debo reconocer, pese a mis críticas por sus excesos, que la iniciativa era muy oportuna  y seguí el debate entre los líderes de Podemos, Ciudadanos y el PSOE con gran interés. Mi conclusión general es que fue un debate bastante flojo. Supongo que el Presidente del Gobierno hizo mal en no aceptar la invitación de los organizadores, pero si hubiera estado probablemente el resultado global habría sido aún peor. Demasiados temas para tratar, cierta precipitación y nervios de los candidatos, necesitados de aprovechar bien el tiempo para exponer sus propios programas y al mismo tiempo criticar el programa de los otros.
Me sorprendió que los internautas dieran como ganador a Iglesias, porque fue él precisamente quien cometió el mayor patinazo de la noche.  Aseguró falsamente, para criticar las llamadas "puertas giratorias" entre la política y la alta dirección de las empresas, que Trinidad Jiménez, ex-ministra socialista de Sanidad y de Exteriores, era miembro del Consejo de Administración de Telefónica. Un patinazo que demuestra que Iglesias no  había estudiado con suficiente aprovechamiento la información preparada por sus ayudantes.
Toda la obsesión de Albert Rivera era meter al Partido Popular y al Partido Socialista en el mismo saco de corrupción e ineficacia. Y toda la obsesión de Pedro Sánchez era, por un lado, situar a Rivera en el campo de "las derechas"; y por otro, llevar a Pablo Iglesias hacia el campo de la extrema izquierda. Y toda la obsesión del líder de Podemos era disputarle a Sánchez la legitimidad de las políticas socialdemócratas. Rivera cree que la solución a los problemas de España comienza con la liquidación del binomio PP-PSOE,  Sánchez lo fía todo o casi todo al dominio del BOE ( prometió una decena de derogaciones inmediatas si llega a La Moncloa) e Iglesias parece creer que somos la Suiza del sur, porque tiene un referendum para cada problema.
En el aire quedó la impresión de que cualquiera de estas tres fuerzas podría llegar a formar gobierno con cualquiera de las otras dos, aunque la combinación más probable sería PSOE-Ciudadanos.  En mi opinión, lo más rechazable de todo lo expuesto por Rivera fue su propuesta de que una parte de los diputados se elijan en distritos o circunscripciones unipersonales: eso socavaría aún más la ya escasa proporcionalidad de nuestro sistema electoral. Más interesante me pareció la propuesta de Iglesias para que la circunscripción electoral sea la comunidad autónoma y no la provincia. Lo más rechazable de lo expuesto por el líder de Podemos, aparte del inaceptable referendum para Cataluña, fue su eslogan del final: "Adiós 1978, hola 2016". No habló del "candado" del 78, pero me parece absurda esa insistencia en considerar obsoleta la Constitución del 78, porque estoy convencido de que el parlamento español no podría aprobar hoy una ley de leyes mejor que aquella. ¿Y qué fue lo más rechazable de lo dicho por Sánchez? Quizá esa manía derogatoria que mostró a lo largo de toda la noche.  No creo que el debate sirviera para decantar muchos votos hacia cualquiera de los contendientes, pero sirvió para que vayamos conociendo algo de sus programas. Lo malo es que una cosa son los programas y otra las realidades a las que uno se enfrentan cuando le encomiendan los mandos de la nave. No hay más que recordar lo que le pasó al bueno de Alexis Tsipras en Grecia.

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