La puesta en práctica del artículo 155 de
la Constitución, que tantas dudas, tantos temores y tantas incertidumbres había
suscitado, está resultando un bálsamo para la convulsa situación política y
económica de Cataluña. Pero una nueva inquietud, que algunos ven como un
nubarrón tormentoso, se perfila ya en el horizonte: ¿y qué pasa sin en las
elecciones autonómicas del 21-D vuelve a salir una composición del Parlament
idéntica o similar a la que tenía el Parlament disuelto por Mariano Rajoy en la
tarde-noche del 27 de octubre?
La respuesta a esta pregunta es que de
momento lo mejor es esperar y ver. Con los datos que ahora mismo tenemos en la
mano, lo más probable es que salga un Parlament un poco más ingobernable que el
anterior. Y las fuerzas soberanistas o secesionistas puede que sigan teniendo
la mayoría, dado que el reparto territorial de los 135 escaños les favorece. En
tal caso, y en el supuesto de que puedan ponerse de acuerdo, me parece que
deberían aceptar un consejo muy certero que les dio Pablo Iglesias estos días
de atrás: su mayoría en el Parlament les da derecho a gobernar Cataluña, pero
no les da derecho a la independencia
unilateral. Y añado yo que tampoco tendrían derecho a un nuevo “Procés” como el
que hemos sufrido desde las elecciones de 2015.
El desenlace que ha llevado a Puigdemon,
Forcadell, Junqueras y unos cuantos más ante los tribunales demuestra que en
última instancia estamos ante una cuestión de pura y descarnada fuerza: quien
tiene la fuerza impone su ley. Una fuerza que, según las circunstancias, puede
presentar diferentes aspectos: moral, política, legal o física. Es evidente que
el independentismo no tenía, ni parece que vaya a tener a corto plazo, la
fuerza necesaria para imponerse al Estado español. Si la hubiera tenido habría
impuesto su república y de nada habrían servido las apelaciones del Gobierno
español a respetar el orden constitucional y las reglas del estado de derecho;
y los ciudadanos de Cataluña contrarios o escépticos frente a la nueva
república habrían tenido que rechistar bajo la amenaza de ser considerados
delincuentes de acuerdo con las nuevas normas . Así se ha construido y se
construye la historia. Quien tiene la fuerza impone su ley, no lo olvidemos.
Así que lo que cabe esperar después del
21-D no es un juego de seducción en el
que nos vamos a decir cuánto nos queremos ni tampoco una relación pacífica en
la que podamos contar con la lealtad que se supone tiene que existir entre las
partes y el todo en un estado federal o autonómico, como lo queramos llamar. La
deslealtad va a continuar y va a continuar la lucha sin tregua ni cuartel por
hacerse con la fuerza necesaria para imponer la secesión o para mantener la
integridad territorial del país.
Y en esta lucha por conservar
o conseguir la hegemonía, quizá podamos llevar las de ganar quienes somos
partidarios de la integridad territorial, si nos dejamos de zalamerías y vamos
directos al grano: el amor es efímero y tornadizo, pero los intereses son
firmes y perdurables. Nos conviene más, en términos económicos, seguir juntos
que separados. La independencia es un sueño de contornos ilusionantes (para
algunos) pero cuya ejecución práctica resultaría carísima para todos,
especialmente para los ciudadanos de la nueva república, que tendrían que
rascarse el bolsillo sin alternativa posible. Esto es lo que ha demostrado,
creo, Josep Borrell en su libro “Las cuentas y los cuentos de los
nacionalistas”.
Nuestros compatriotas catalanes, sean
cuales sean sus sentimientos, tienen que
soñar menos y ser más realistas. Es decir, comprender que, aun en el supuesto
de una mayoría independentista abrumadora, la secesión no se va a conseguir
“gratis et amore”. Como mínimo habría una negociación en la que el resto de
españoles exigiríamos una compensación suficiente en términos de dinero, dinero
y dinero. Y eso significaría más deudas para la nueva y flamante república y
más impuestos para los “encantados” ciudadanos de la misma. Lo dicho: no hay
matrimonio más duradero que aquel que se basa en sólidos y perdurables
intereses compartidos.
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