sábado, 17 de mayo de 2008

VIVIENDAS ASEQUIBLES: LA DISTANCIA CRECIENTE ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO

Concluíamos una entrada anterior (sábado, 10 de mayo) señalando que el problema de la vivienda en España no radica tanto en el coste de las hipotecas como en el precio de lo que se construye o se vende de segunda mano. Hace veinticinco años -no queda más remedio que mirar un poco hacia el pasado para conocer mejor el presente y tratar de proyectarnos luego hacia el futuro- en Alcalá de Henares (la ciudad Patrimonio de la Humanidad donde se escribe esta bitácora) era posible comprar un piso de unos cien metros cuadrados, con trastero y plaza de garaje, por unos treinta mil euros. Había, por supuesto, casas mejores y más caras y también peores y más baratas. Pero digamos que ese era el precio que uno podía esperar por un piso situado en la parte media-alta de la tabla. Y creo que, en el conjunto de las capitales de provincia españolas, los precios no debían de andar muy alejados de esa cifra que yo recuerdo.
¿A cuánto podían ascender los salarios medios a comienzos de los ochenta del Siglo XX? Creo que tampoco me alejo mucho de la realidad si digo que debían de estar en torno a los seis mil euros anuales brutos. Ya sé que por entonces el Euro era sólo un sueño de algunos visionarios, pero, a efectos de cálculo mental, me manejo mejor con la moneda única. ¿Qué ha pasado en los años transcurridos? Pues lo que ha pasado es que el precio de una vivienda de las características descritas ronda ahora los 350.000 euros mientras que la cuantía media de los salarios, según el Instituto Nacional de Estadística, no llega a los 25.000 euros anuales. Es decir, una vivienda cuyo precio multiplicaba por cinco el salario medio hoy lo multiplica por catorce o quince veces.
Esa es la magnitud, queridos "blogueros", del despropósito que entre todos hemos llevado a cabo sobre la piel de toro. Y digo entre todos porque, viendo lo que estaba pasando, la inmensa mayoría ha querido participar en el festín; y el que no ha participado ha sido porque no ha podido. Nos hemos comportado como las familias americanas durante los felices veinte, cuando, llevadas por la avaricia y el convencimiento de que las ganancias no tendrían fin, se endeudaban hasta las cejas para comprar los títulos cotizados en Wall Street. Luego vino la que vino en el otoño del 29 y lo que nosotros debemos esperar es que el despertar del sueño, el "ajuste" como dicen los especialistas, no sea tan brutal como lo fue entonces.
DESPUÉS DE LOS EXCESOS, EL AJUSTE INEVITABLE
Es evidente que el citado "ajuste" -cuyas consecuencias no deben evitarse artificialmente, según dijo Pedro Solbes en el Congreso- debería tener al menos dos aspectos: de un lado, rebajar el número de viviendas construidas hasta hacerlo coincidir con las necesidades provocadas por el crecimiento de la población; y de otro, recortar los precios hasta encontar una relación más aceptable con la capacidad adquisitiva de los ciudadanos. Está claro que nos enfrentaremos también a otras consecuencias no deseadas, como el frenazo en el crecimiento económico, el aumento del paro y la caída de la riqueza financiera de las familias y las empresas. Pero el modelo español, con una economía obsesivamente orientada hacia el ladrillo, ya no daba más de sí: los excesos, como decía el Vicepresidente Solbes, deben corregirse.
Y en lo que estamos ahora es en la duda de hasta dónde llegará o debería llegar esa corrección. En repetidas ocasiones, los expertos nacionales e internacionales han publicado informes en los que aseguraban que la sobrevaloración de los precios de la vivienda en España llegaba hasta el cuarenta por ciento. De hecho, la rebaja tendría que ser superior a un cincuenta por ciento para que se cumpliera una regla económica que suele cumplirse a rajatabla en relación con otros bienes duraderos: gracias a las ganancias de productividad, el tiempo de trabajo necesario para la adquisición de un bien (pongamos un coche) tiende a disminuir. Es decir, que si hace un cuarto de siglo hacían falta, por término medio, cinco años de trabajo para adquirir una vivienda, la lógica nos indica que ese tiempo tendría que ser algo menor en nuestros días. Pero la lógica económica estalla en mil pedazos cuando ruge la marabunta especulativa. Por otra parte, hay que reconocer que una caída tan brusca de los precios tendría efectos catastróficos, sobre todo si el valor de mercado de las casas llegara a situarse por debajo de la cuantía de las hipotecas contratadas para comprarlas.
¿ES POSIBLE EL ATERRIZAJE SUAVE?
Esta expresión del aterrizaje suave se puso muy de moda en los últimos años de los Gobiernos de Felipe González. Yo recuerdo habérsela oído a Javier Solana, que por aquel entonces era el portavoz del Ejecutivo. Sin duda, esa sería la mejor de las opciones posibles: una largo estancamiento de los precios que diera lugar a una relación más favorable con el poder adquisitivo de los ciudadanos a medida que los salarios fueran creciendo año tras año. La demanda que generan las nuevas familias que se crean debería ser atendida principalmente por viviendas de protección oficial, ya fueran de promoción privada o pública. De este modo, el mercado libre, con una menor presión sobre los precios, quedaría preferentemente para quienes ven en el ladrillo un atractivo instrumento para la inversión y el ahorro. En este último caso, los beneficios esperados deberían venir más por la vía del alquiler de las propiedades que por la vía de la revalorización incesante, de la misma manera que, cuando uno compra bonos del Estado, los rendimientos proceden de los intereses y no de la subida de precios de los títulos. ¿Llegaremos a ver una distancia decreciente entre la realidad y el deseo?



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