miércoles, 9 de septiembre de 2015

AL OLOR DEL ESPLIEGO ( APRESURADAS MEMORIAS)

A mediados de septiembre, como en todos los años anteriores desde que yo tenía memoria, llegó la cuadrilla del espliego. En un par de días montaron el alambique gigante en el camino de la Umbría, junto a un pequeño manantial que llamábamos la Fuente de la Teja. En aquella economía de supervivencia,  en la que se carecía de agua corriente en las casas y muchas noches había que alumbrarse con candiles, nadie se podía permitir el lujo de dejar pasar una oportunidad de ganarse un jornal extra, ya fuera en especie o en dinero contante y sonante.
La flor de la lavanda, que tanta fama ha dado a la miel de la Alcarria y a ciertos productos de la industria del perfume, era una de aquellas oportunidades que no se podían despreciar. Había otras aún más duras, como la cosecha de la aceituna o el arranque de las cepas de encina en los montes roturados para destinarlos al cultivo de cereales.
La siega del espliego -cuyas plantas crecían asilvestradas en los mojones, las cunetas, las lindes y los campos dejados en barbecho- era una tarea breve, de una semana a lo sumo, y se acometía de forma individual y colectiva al mismo tiempo. Nadie podía ir a recolectarlo antes de que el alambique estuviera dispuesto y cada día se trabajaba en una zona del término municipal. Pero cada cual segaba para sí, y al caer la tarde, con las hingueras bien sujetas sobre los lomos de las caballerías y llenas hasta rebosar, los segadores se dirigían hacia la Fuente de la Teja, donde los operarios del alambique pesaban la mercancía con sus romanas y llevaban cuidadosamente la cuenta de las arrobas que habría  que liquidar a cada uno al final de la campaña.
La costumbre de ir batiendo todo el término según un orden previamente establecido, nos facilitaba mucho la tarea a mi madre y a mí. Ella tenía que preparar el almuerzo para mi padre y mi abuelo, que se habían ido al campo con las primeras luces del amanecer; y yo tenía que llevárselo tratando de recordar, para no extraviarme, todos los detalles de las explicaciones que me daba mi madre. No tardé mucho en conocer con precisión los lugares más distantes de nuestro término municipal y los caminos que llevaban hasta ellos. 
De todos los nombres que aún resuenan en mi memoria, son los de las fuentes y manantiales los que conservan un más grande poder de evocación. Sin duda porque están ligados al agua, la base primordial de la vida.   

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