miércoles, 23 de septiembre de 2015

JORNADA DE REFLEXIÓN

Hay quien define el enamoramiento como una pérdida total, aunque por fortuna temporal, de los sentidos. ¿Y qué se le puede decir o aconsejar a alguien completamente obnubilado por el sentimiento que se ha apoderado de su mente y su corazón? Con profunda tristeza vemos cómo una buena parte de nuestros compatriotas catalanes han caído en ese enamoramiento desaforado, tan propio del romanticismo decimonónico. El objeto de su amor y su obnubilación es una quimérica nación catalana, sometida contra su voluntad  por una España explotadora; y que, a semejanza de los esclavos del coro de Nabuco, clama por su libertad.
No quisiera emplear palabras que puedan ofender a alguien, pero sinceramente creo que estos ciudadanos catalanes, y hasta el día de hoy españoles, dan muestras de un delirio quijotesco. Como todo el mundo sabe, Don Quijote, el personaje más universal que han dado las letras hispanas, estaba siempre dispuesto a hacer probar la fuerza colosal de su brazo justiciero a todo aquel que no reconociera en el acto que Dulcinea era la más bella de cuantas beldades habitaban la tierra. Después del día 27 los secesionistas catalanes quieren hacernos probar a todos la fuerza arrolladora del pueblo de Cataluña, del cual se consideran únicos representantes legítimos. Ya lo han dicho con claridad meridiana: no hay leyes ni gobiernos ni tribunales que puedan detener esta marcha triunfal del pueblo de Cataluña hacia la tierra prometida. 
Si admitimos que Don Qijote es la más acabada representación de una de las dos caras del alma hispana, tenemos que llegar a la conclusión, un poco paradójica, de que no pisan hoy la piel de toro unos españoles más españolazos que los secesionistas catalanes. Porque lo suyo es la quintaesencia de lo quijotesco, con grandes probabilidades de que alguien -incluidos ellos mismos- resulte malherido en la aventura.
Sería interesante dejar que una coalición tan absolutamente contradictoria como la que forman los separatistas catalanes intentara llevar adelante su proyecto y ver en que paraba un empeño como ese. Pero, como dice el refrán español, con las cosas de comer no se juega. O como decía el conde de Romanones, los experimentos hay que hacerlos con gaseosa. 
Cabe esperar, pese a todo, que la cordura acabe imponiéndose. Que sean más los que comprendan que a España y a los catalanes no les ha ido tan mal a lo largo de la historia. Que sean mayoría los que piensen que juntos nos puede ir mejor que si vamos por separado. Que sean mayoría los que comprendan que no pueden ejercer unos presuntos derechos saltándose los derechos de los demás. Y en resumidas cuentas, que sean mayoría los que comprendan que a Cataluña difícilmente podrá irle mejor de como le ha ido en estas últimas décadas de España constitucional.    

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