Escribo estas líneas unas horas antes de que concluyan las campañas electorales en Euzkadi y Galicia, con el desasosiego que me produce la certeza de que nuestros representantes políticos no encontrarán la manera de evitar unas nuevas elecciones generales. El Jefe del Estado hizo desde la tribuna de Naciones Unidas un llamamiento que parece haber caído en saco roto, puesto que ninguno de los protagonistas ofrece indicios de que vaya a cambiar de posición. Los milagros ocurren muy raramente, Sancho, le dice Don Quijote a su escudero en una de sus descalabradas aventuras. Y uno tiene la impresión de que este otoño que acabamos de estrenar no pinta bien para los milagros políticos en España.
Recapitulemos un poco, ya que
la tarea más ardua será encontrar una razón, o varias, para salir de casa y
encaminar nuestros pasos hacia el colegio electoral. El Partido Popular ganó
las elecciones de diciembre pasado, si bien es cierto que con una mayoría
insuficiente para asegurarse el gobierno de la nación por sí mismo. Había otras
mayorías posibles y Pedro Sánchez, el líder socialista, tuvo el valor de
intentarlo. También el acierto, puesto que el líder de los conservadores, como
esos toreros que se convierten en competencia de la Guardia Civil cuando la
cara del morlaco les asusta un poco, había dado la espantá. Pero el intento de Sánchez fracasó y ahí comenzó un camino
que puede llevarle a convertirse en un Secretario General de infausto recuerdo
para los socialistas.
Probablemente lo mejor para todos,
incluida la necesaria regeneración democrática que tantos reclaman, habría sido
que Podemos diera luz verde a un ejecutivo encabezado por Sánchez. Pero esa era
una opción muy poco realista, porque la línea mayoritaria en Podemos, como se
está viendo ahora, es que ellos no han venido a la política española para
regalarle el gobierno a los socialistas a cambio de nada, sino para
desplazarlos como fuerza hegemónica de la izquierda y, en todo caso, tratar con
ellos de igual a igual. Y no se olvide otro hecho decisivo: Sánchez necesitaba
la abstención de los de Iglesias, pero también de los nacionalistas y
soberanistas de variado pelaje.
Una vez consumado el fracaso
de Sánchez, la mejor opción era dejar vía libre a un gobierno encabezado por el
ganador de las elecciones. El líder socialista debería haber adoptado esta
decisión por patriotismo, por sentido de estado, o por la ética de la responsabilidad frente a
la ética de los valores morales. Y tendría que habérselo explicado a sus
militantes y electores. ¿Recuerdan a Felipe González y al resto de dirigentes
socialistas explicando a los ciudadanos españoles por qué había que votar sí a
la OTAN cuando ellos habían prometido que pedirían el no? Aquello sucedió hace más de 30 años y ya se
sabe cuán frágil tenemos la memoria. El caso es que los socialistas y el resto
de fuerzas parlamentarias se aferraron a su no al PP y fuimos a las elecciones
de junio. Quizás el Secretario General del PSOE confiaba en que los electores
premiaran el meritorio intento que había compartido con Ciudadanos. Pero no
sucedió nada de esto: el Partido Popular, que tenía una ventaja de 33 escaños
frente al PSOE, consiguió incrementarla hasta 52. El mensaje emanado de las
urnas tenía tres aspectos evidentes: el electorado no aprobaba los intentos de
descabalgar al PP a toda costa, el electorado seguía apostando por el pacto y
el entendimiento entre las fuerzas políticas y el electorado prefería
rotundamente que en ese pacto y ese entendimiento estuviera incluido el PP.
Es prácticamente imposible que el Comité
Federal pueda cambiar el rumbo trazado por Sánchez, y el Partido Socialista se
enfrenta al peligro de sufrir uno de los peores estallidos internos de toda su
larga historia. Un estallido mucho peor que el de 1979, cuando Felipe González
renunció a la Secretaría General por el asunto del marxismo en los estatutos del
partido. Para evitar ese peligro, al menos a corto plazo, es probable que del
Comité Federal salga un inestable equilibrio de fuerzas basado en el no a Rajoy
y no a un gobierno con los
nacionalistas. Esto nos coloca directamente en la recta final hacia unas nuevas
elecciones, porque en marzo no fue posible un gobierno con Ciudadanos apoyado
desde fuera por Podemos y ahora no será posible un gobierno con Podemos apoyado
desde fuera por Ciudadanos. Siempre queda la posibilidad de que ocurra algo
inesperado, pero treinta días después del Comité Federal se acabará el plazo
para investir a un jefe de gobierno y empezará a correr el tiempo para una
nueva cita con las urnas. Vamos a tener mucho tiempo para reflexionar sobre si
vale la pena o no cumplir una vez más con nuestro deber de ciudadanos libres.
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