Los medios de comunicación han empleado en
estos días muchos calificativos, a cual
más negativo, para describir lo ocurrido en la reunión del Comité Federal del
PSOE. Pero me parece que se han olvidado de subrayar el mérito enorme de haber
encontrado un camino hacia la salvación en aquel caos de gritos, lágrimas y
desesperación.
El Partido Socialista se ha puesto a sí
mismo en una situación extremadamente difícil, pero las cosas podrían haber ido
por derroteros aún más dramáticos. La dimisión de Pedro Sánchez, luego de
comprobar que había perdido la mayoría en el máximo órgano de decisión entre
congresos, y el nombramiento de una comisión gestora abren la posibilidad de
encontrar una solución que permita dos cosas: acabar con el bloqueo político
que sufre España desde hace casi un año y recomponer con calma al PSOE como
fuerza de oposición, primero, y como partido de gobierno, después. Los
socialistas tienen ahora en su mano la oportunidad de adoptar una decisión que
irá en bien de la sociedad española en su conjunto y en bien de su propio
partido.
El ex-ministro Josep Borrell, con su
brillantez legendaria, ponía el otro día el dedo en la llaga a las puertas de
la sede socialista: quienes sean partidarios de la abstención frente al PP, que
lo digan donde deben decirlo. He aquí una de las causas de la crisis: salvo
Felipe González, que sigue siendo un referente de primera magnitud pero ya no
forma parte de la dirección, ningún dirigente socialista se atrevió a decir ni
dentro ni fuera del Comité Federal lo que había que decir. Nadie quiso asumir
el coste de defender que había que dar luz verde al PP, estaban convencidos de
que no quedaba otra salida, pero querían que fuera Pedro Sánchez quien se
“quemase” defendiendo una posición que levantaba ronchas en amplios sectores de
las bases socialistas. Sánchez pudo quedar como un hombre de estado si hubiera
tomado el camino de explicar a sus militantes y a sus votantes las muchas
razones por las que era conveniente permitir la puesta en marcha del gobierno
que España está necesitando con urgencia. Pero Sánchez optó por el camino más
escarpado: les hizo una peineta a los barones y demás dirigentes críticos y les
dijo “no seré yo quien se coma ese marrón”.
Ahora ha surgido un hombre bueno, de
trayectoria sin tacha según parece, dispuesto a comerse el marrón. Lo malo es
que el marrón, después de las falacias dichas y del sectarismo a calzón quitado
practicado en estos meses, tiene el aspecto de un sapo repugnante. Pero lo
cierto es que Javier Fernández, el asturiano de braveza, tiene razón: lo peor
de todo serían las terceras elecciones y una abstención no es lo mismo que el
apoyo explícito. Y cabría añadir que una abstención no es una traición ni una
rendición y tampoco un desdoro para nadie.
Algunos, como los dirigentes del PSC,
absolutamente cobardes a la hora de plantar cara a los secesionistas, se han
puesto muy gallitos frente a la Gestora presidida por Fernández: si hemos de
cambiar de posición, deberán decidirlo los militantes. ¿Y por qué no todos los
votantes y simpatizantes del PSOE? O mejor aún, ¿por qué no toda la sociedad en
su conjunto? Si es verdad que los partidos son instrumentos al servicio de la
sociedad, ¿qué habría de malo en que el PSOE hiciera aquello que le pidiera la
mayoría de los ciudadanos españoles?
La democracia plebiscitaria frente a la
democracia representativa ha sido siempre la herramienta favorita de los
dictadores y los demagogos. La comunión directa entre el líder, o el caudillo,
y el pueblo como la forma más expeditiva de convalidar cualquier clase de
tropelías. Así que los miembros del Comité Federal del PSOE, encabezados por su
Gestora, harán bien en no temer a las bases socialistas, y explicarles lo que
es necesario hacer, que no es otra cosa que dar luz verde mediante la
abstención a un Gobierno encabezado por Mariano Rajoy. El tiempo apremia y la
maniobra de hacer virar al trasatlántico no es fácil. Pero ahora hay un
argumento que hasta los más obtusos o radicalizados no podrán rechazar: lo que
le conviene a España (que no haya elecciones) le conviene también al Partido
Socialista Obrero Español. Después habrá tiempo para debatir con calma y quizá
recuperar la confianza de los ciudadanos haciendo una oposición constructiva y
fructífera.
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