lunes, 10 de marzo de 2008

EL 9-M VISTO DESDE EL CÓRNER: UN VENDAVAL BIPARTIDISTA

Los eficientes funcionarios del Centro de Investigaciones Sociológicas lo habían pronosticado en su última entrega: la cosa estaba igualada en cuanto a intenciones de voto y las Elecciones se resolverían por un estrecho margen de diputados entre Partido Socialista y Partido Popular. Al final, ese margen ha sido un poco más amplio del previsto, con el PP situado justo en la parte baja de la horquilla que le atribuìan los técnicos del CIS y el PSOE un poco por encima de la parte alta. Pero me parece obligado comenzar este comentario con un reconocimiento a la profesionalidad y la independencia de unos servidores públicos que fueron acusados, desde algunos medios, de estar favoreciendo la estrategia electoral de los socialistas.
El bipartidismo sale muy reforzado de la cita con las urnas. Esta es la primera conclusión, bastante obvia, que puede extraerse de los resultados del domingo. Populares y socialistas sumaban 312 diputados en la Legislatura anterior y ahora tendrán 322. Hace diez años, cuando el primer Gobierno de Aznar, sólo sumaban 297. El propio sistema electoral promueve esta tendencia al bipartidismo, que en realidad nos ha acompañado desde las primeras elecciones democráticas. Pero en esta ocasión esa tendencia se ha visto incrementada por los debates cara a cara en televisión y por el temor de ciertos sectores de la izquierda a una posible victoria del PP. Los cinco escaños que gana el partido de Mariano Rajoy demuestran que ese temor no era del todo infundado. Es cierto que el bipartidismo, tan enemigo de los matices, empobrece la democracia. Pero al mismo tiempo proporciona una sólida estabilidad, que es la base para el progreso económico y social. Y es comprensible, por añadidura, que la izquierda sociológica, en vista de que todo el voto de la derecha se agrupa en el PP, tienda a concentrar todo el voto en el Partido Socialista.
Rodríguez Zapatero consigue refrendar su política en las urnas y lo tiene un poco más fácil para gobernar en solitario. Esta es la segunda conclusión que se deriva de los resultados. La tradición democrática desde el 77 dice que los gobernantes consiguen aprobar al menos su primera reválida. Lo consiguieron Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar. Está claro que en el juicio de los electores ha pesado más el balance global positivo de la gestión de ZP que los errores que él mismo se ha comprometido a corregir en esta nueva etapa. Una nueva etapa, como dijo en su comparecencia de la noche electoral "que excluya la crispación, la confrontación, y que busque acuerdos en los asuntos de Estado".
El Partido Popular mejora sus resultados, pero fracasa en su intento de desbancar a Rodríguez Zapatero. Los 153 diputados que obtiene el PP son, en efecto, un magnífico resultado, como dijo el director de campaña, Pío García Escudero. Recuérdese que Aznar, en su primer mandato, gobernó con 156 escaños en el Congreso. Por eso me sorprendió la cara compungida, casi al borde de las lágrimas, de la esposa de Rajoy en la comparecencia de la calle Génova. La tristeza en el bello rostro de Elvira parecía indicar que ella sabe algo que los demás todavía ignoramos. Es lógico que los populares tuvieran la ilusión y la esperanza de ganar, pero si consideran el panorama con una cierta objetividad, tienen que reconocer dos cosas: que ZP no lo ha hecho tan mal como ellos proclaman y que tampoco habían hecho méritos suficientes para desalojarle de La Moncloa.
Ya dijimos aquí, con ocasión del primer cara a cara en televisión, que Mariano Rajoy, con independencia del resultado electoral, se había ganado el derecho a seguir siendo el líder de los populares. Otra cosa es que a él le apetezca, y yo tengo la impresión de que nunca le ha apetecido demasiado, quizá porque carece de la ambición desmesurada, la pasión desenfrenada por el bastón de mando, que impulsa a otros líderes. Y otra cosa, ésta aún peor, es que a ciertos sectores de la derecha vuelvan a entrarles las urgencias históricas y crean que todo puede resolverse con un cambio de caras y no con un cambio a fondo en el enfoque de las tareas de oposición.
El bipartidismo barre a los minoritarios. Esquerra Republicana de Cataluña e Izquierda Unida son los más perjudicados por el fenómeno del voto útil a favor de las candidaturas socialistas. A mi juicio, la política y la actuación parlamentaria llevadas a cabo por Gaspar Llamazares le hacían merecedor de un resultado mejor. Como él mismo dijo en la noche del domingo, los resultados no han hecho justicia a la aportación de su grupo al balance de la Legislatura pasada. Pero supo reaccionar con gallardía y anunció que no se presentará a la reelección cuando se celebre la próxima asamblea congresual de IU. Y el resultado de Esquerra parece dar la razón a quienes piensan que su crecimiento espectacular en 2004 era, por encima de todo, una reacción de castigo contra la política del PP en relación con Cataluña.
Dentro de los minoritarios, cabe destacar el mérito extraordinario de Rosa Díez y la Unión para el Progreso y la Democracia. En unas condiciones muy difíciles, han conseguido que su mensaje en favor de una política de Estado, que no dependa de las exigencias nacionalistas, calase en una parte apreciable del electorado. La presencia de la ex-dirigente socialista en la tribuna de oradores será una de las novedades más estimulantes en la actividad parlamentaria durante los próximos cuatro años.
Cambios en la forma de gobernar y en la de hacer oposición. Tiempo y espacio tendremos en el futuro para analizar más a fondo qué mensaje han querido lanzar los ciudadanos con esa concentración del voto en el PSOE y en el PP. A mí me parece que lo primero que han querido decir es que no quieren que la gobernación de España dependa de grupos que no se identifican con España y que ponen encima de la mesa reivindicaciones -como esa de las famosas balanzas fiscales- que a lo mejor les favorecen a ellos, pero van en detrimento de todos los demás. Los ciudadanos están pidiendo, además, un entendimiento entre los dos grandes partidos para las cuestiones de fondo. De manera que el Partido Socialista no podrá llevar adelante sus proyectos como si el PP no existiera y los populares tendrán que abandonar al actitud obstruccionista y el discurso catastrofista que tantas veces han exhibido en la pasada Legislatura. Hace unos días, Rajoy aseguró que, si ganaba, llamaría a Rodríguez Zapatero para pedirle que se abstuviera en la sesión de Investidura. Es llegada la hora de que el líder popular demuestre con hechos su coherencia. Una abstención del Grupo Popular en el Congreso cuando Rodríguez Zapatero someta a la consideración de la cámara su Programa de Investidura, sería un gesto sorprendente y muy apreciable para comenzar con buen pie la próxima Legislatura. ¿Se acordará Rajoy de sus palabras? ¿Se atreverán los populares a dar ese paso revolucionario?







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