Es muy difícil expresar con palabras el dolor y la rabia que se siente cuando uno se entera de un acto tan vil como el cometido por los terroristas de ETA este mediodía en la localidad guipuzcoana de Mondragón. El ex-cocejal socialista Isaías Carrasco ha sido asesinado por los pistoleros de la banda en las cercanías de su domicilio y en presencia de una de sus hijas. Un atentado que ha tenido un impacto brutal en la opinión pública y también en las principales fuerzas políticas, que han decidido suspender los últimos actos de la campaña electoral.
Hasta donde me alcanza la memoria, puedo decir que esta es la tercera ocasión consecutiva en que la campaña para unas Elecciones Generales se ve brutalmente interrumpida por los crímenes terroristas. En el año 2.000 fue el asesinato de Fernando Buesa y su escolta, cuatro años después, el atentado contra los trenes de cercanías de Madrid y este año el asesinato del ex-concejal socialista de Mondragón. La respuesta ciudadana, más allá de las palabras de condena y de solidaridad con las víctimas, no puede ser otra que acudir masivamente a las urnas. Cuanto más alta sea la participación ciudadana, más sólida será la legitimidad del Gobierno y de toda la sociedad para hacer frente a esta lacra con todas las armas del Estado de Derecho.
Por desgracia, el terrorismo -en la medida que basta un loco armado para sembrar la muerte- es muy difícil de erradicar. Pero tenemos que reafirmarnos en la esperanza de que es posible conseguir la desaparición de esta banda terrorista. La razón y el futuro, como acabo de oírle decir a Ramón Jáuregui, están con nosotros, están con los demócratas, están con quienes creemos en la libertad y en la convivencia en paz. Este hecho luctuoso tiene que ser un acicate más para que las fuerzas políticas democráticas, que de momento han reaccionado de manera unitaria, se reafirmen en el mensaje de que no hay nada que hablar con los terroristas. Sólo merecen la persecución implacable por la vía policial y judicial hasta acabar todos en la cárcel.
En esta Legislatura pasada, muchos ciudadanos, y también muchos políticos empezando por el propio Presidente del Gobierno, habíamos concebido la esperanza, quizá utópica, de que ahora sí era posible un final dialogado de la violencia. Después de tres años y medio sin atentados mortales, nos habíamos convencido a nosotros mismos de que al frente de la banda terrorista estaban unas personas que habían aceptado su derrota y estaban dispuestas a renunciar definitivamente a la violencia. El atentado de la T-4 el día 30 de diciembre de 2006 nos sacó de nuestras ensoñaciones. Ya no queda margen para nuevas treguas-trampa, ya no hay espacio para lo que antes se llamaba las tomas de temperatura, ya no sería de recibo ningún tipo de diálogo ni de contactos mientras no exista un abandono fehaciente y sin condiciones de las armas. Ya sólo queda espacio para la actuación del Estado de Derecho. La democracia y la sociedad españolas tienen que continuar su camino sin dejar que esta banda de asesinos condicionen la agenda política.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
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