En días pasados he tenido abierta una encuesta en la columna lateral de este cuaderno de bitácora. A la pregunta ¿qué podemos hacer frente a los precios abusivos de la hostelería? mis amables lectores han respondido mayoritariamente que lo mejor sería hacer una huelga de "ni cañas ni tapas". Es decir, que nuestra mejor arma, como usuarios, sería declararnos en huelga, no ir a los bares, negarnos en redondo a ese atraco permanente que son hoy los precios que aplica la hostelería española. Y a lo mejor sería posible hacerlo al menos una vez al año, porque me temo que la huelga no podría ser indefinida: ¿cómo íbamos a vivir sin nuestras cañitas antes de comer?¿Dónde quedaríamos con los amigos para tomar un café?
Siempre fui un ferviente partidario de la puesta en marcha de la moneda única europea. Y recuerdo que asistí a la comparecencia parlamentaria en la que Carlos Solchaga -entonces Ministro de Economía- explicó las condiciones ( aquellos parámetros de inflación, déficit, deuda pública y tipos de interés ) que habríamos de cumplir para entrar en el Euro. También recuerdo con qué ilusión y presteza fui corriendo al cajero automático -en la mañana del 1 de Enero de 2.002- para tener en mis manos los billetes de la nueva moneda. Los billetes me gustaron, desde luego, pero lo que no me gusta nada es lo que ha pasado posteriormente con ellos. Está visto que el libre mercado y su presunta capacidad para fijar un punto de encuentro razonable entre oferta y demanda no ha funcionado en absoluto.
La explicación que dan los economistas a este lamentable fenómeno que padecemos los sufridos consumidores de España es que la demanda es "inelástica", es decir, que si a uno le gusta comerse una ensalada de tomate y pepino difícilmente va a renunciar a ella aunque el pepino se lo cobren al doble que la semana anterior o que el año anterior; y si le gusta tomarse un café después de comer, seguramente se lo seguirá tomando aunque el ritmo de incremento de los precios del café sea cinco veces superior al ritmo de subida de los salarios. O sea, que estamos prisioneros de los "abusadores" empresarios hosteleros, que han decidido tirar por la vía rápida hacia el enriquecimiento, con el agravante de que no disponemos de un Robin Hood dispuesto a sangrar un poco el bolsillo de los ricos para distribuir las ganancias entre los pobres.
Aunque soy de natural pacífico, a veces me embarco en discusiones que sé perdidas de antemano. Y recuerdo una que tuve con el dueño de un bar, a propósito de los precios, mientras jugábamos una partida de mús. Lo que venía a decir el tipo es que ni él ni sus camareros sabían "trabajar" con el cinco y que por eso siempre se manejaba con el cero. Es decir, que si una caña valía, pongamos por caso, un euro, al año siguiente no podía subirla 5 céntimos, porque eso complicaría la elaboración de las cuentas; tampoco podía subirla 0 céntimos, porque entonces se le echaban encima sus colegas de las hostelería circundante; así que no le quedaba más remedio que subir la caña 10 céntimos, aun reconociendo que eso significaba una subida cuatro veces mayor que el incremento medio de los salarios. La partida estuvo a punto de terminar de muy mala manera cuando yo comenté que a ese razonamiento se le llamaba "tener mucho morro".
Además de ser de natural pacífico, me gusta disfrutar los pequeños placeres de la vida ( los grandes ni me los planteo ). Así que muchas mañanas voy a una churrería de nombre casi poético -"Las Farolas del Ensanche"- y me siento a leer el periódico mientras me tomo un chocolate con una porra ( sólo una, porque estoy un poco pasado de kilos y esto me hace vivir en guerra con mis entrañas, como le pasaba a Machado). Bueno, pues ese placer matinal de acompañar al periódico con el chocolate y la porra antes del Euro me lo podía dar por 150 pesetas, o sea, 90 céntimos de euro. Han pasado seis años desde el "Big- Bang" de la moneda única y ahora ese mismo placer me sale por 1,80 euros, es decir, un cien por cien más. ¿Cuánto han subido los sueldos en este mismo período? No tengo a mano las estadísticas y, como decía el glorioso Umbral en sus columnas, tampoco voy a levantarme en este instante a mirarlo, pero estoy seguro de que la subida media acumulada no supera el 20 por ciento. ¿Podría hacer algo al respecto- ahora que vamos a comenzar la legislatura- el benemérito Pedro Solbes, aparte de recomendarnos no dejar ni un céntimo de propina?
CONTRA LA CONSPIRACIÓN, ACCIÓN
No cabe esperar, sin embargo, medidas eficaces desde el poder político contra este estado de cosas. El libre mercado es la vaca sagrada que nadie se atreve a tocar aunque nos amenace el hambre. Así que supongo que tendrían que ser las asociaciones de consumidores, y también los usuarios de Internet, los que convocaran -o convocásemos- una jornada anual de boicot contra bares, cafeterías y restaurantes. Ahí queda la idea, que por otra parte no sería original, porque yo creo que ya hay muchos precedentes de protestas de los consumidores contra abusos similares a los que aquí se denuncian. Podríamos llamar a esa jornada contra la cuenta de resultados de los "abusadores" el "día de los termos". Propongo este nombre porque hace unos años subí con unos amigos al Ocejón, desde el cual se divisa media provincia de Guadalajara y buena parte de las de Segovia y Madrid. Aquel día asombré al mundo ( bueno, en realidad sólo asombré a una excursión de boy scouts con los que coincidimos en la cumbre ) cuando saqué de mi mochila un termo con medio litro de café bien calentito. A lo mejor alguno se avendría a razones si nos vieran, aunque sólo fuera una vez al año, tomando el café en los parques en lugar de hacerlo en sus carísimos establecimientos.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
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