La vida te da sorpresas. Y una de las mayores que podíamos esperar, inimaginable casi, es la propuesta surgida ahora en el interior del PP para elegir mediante primarias al candidato a la Presidencia del Gobierno. Cabe recordar las descalificaciones gruesas que todos los dirigentes populares sin excepción lanzaron contra sus rivales socialistas cuando éstos, hace una década, se vieron inmersos en la lucha entre Joaquín Almunia y Josep Borrell. Lo que venían a decir los líderes del PP, con José María Aznar a la cabeza, es que aquello no era digno de un partido serio y un país serio ( Aznar siempre se mostraba muy obsionado por preservar la necesaria seriedad del país y del partido).
No sabemos que acogida tendrá en el congreso popular de junio esa enmienda aún no redactada que ha ideado un concejal de Madrid. Pero si fuera aprobada, tendríamos que adjetivar la sorpresa como estratosférica, porque el PP habría dado un giro copernicano para situarse en vanguardia de la democracia interna dentro de las formaciones políticas cuando, a día de hoy, su método para las sucesiones en el liderazgo es más o menos el mismo que se empleaba en la época de los emperadores romanos: o el "dedazo" del emperador saliente o la conspiración de los pretorianos.
Las primarias, como la poesía, son un arma cargada de futuro, pero tampoco son un bálsamo de Fierabrás capaz de resolver todos los problemas. Ahí tenemos el caso bien reciente de Gaspar Llamazares, cuya candidatura para el 9-M fue sometida a la consideración de los militantes de Izquierda Unida y ni los medios de comunciación ni los electores mostraron aprecio alguno por un gesto que, sin lugar a dudas, propiciaba la participación de los ciudadanos de a pié en la vida política. Otro caso también cercano es el del italiano Walter Beltroni, cuyo liderazgo al frente del Partido Democrático fue aprobado en unas primarias que, en el colmo de la democracia participativa, estuvieron abiertas a todos los ciudadanos que quisieron acercarse a las urnas. Nada de esto le sirvió para evitar la derrota frente al retrógrado Berlusconi.
En el año 98, un Almunia que se sentía falto de legitimidad democrática, lanzó aquel proceso de primarias en el que el intrépido y brillante Borrell se llevó a la más guapa. Aquel resultado, con la correspondiente bicefalia, desquició al Partido Socialista. El propio aparato del partido y sus aliados mediáticos se emplearon a fondo para demostrar que Borrell era un púgil con la mandíbula de cristal. La experiencia fue tan traumática que los socialistas no han vuelto a hablar de primarias desde entonces. Mejor un congreso democrático que elija un líder y que ese líder compita por la Presidencia del Gobierno.
El problema, dentro del PP, es que es muy difícil tener un congreso de verdad democrático, cuando cualquier posible candidatura alternativa necesita la firma de 600 compromisarios y nadie se va a jugar su posible carrera política para respaldar públicamente a quien se presume como perdedor. Desde este punto de vista, podría decirse que el último congreso democrático del PP data de hace más de veinte años, cuando Antonio Hernández Mancha derrotó a Miguel Herrero de Miñón, que por cierto llevaba en su candidatura, como número dos, a José María Aznar, aunque de este dato no sé si se acuerda mucha gente.
Esperanza Aguirre, metida en su guerra de desgaste contra Rajoy, no ha perdido mucho tiempo antes de sumarse a la idea de las primarias, pero tanto ella como cualquier otro dirigente que se sume a la propuesta, deberían explicarnos por qué piden ahora lo que tanto criticaron en el pasado.
Rescate, bancos, fortunas y calcetines
Hace 4 años
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