lunes, 16 de junio de 2008

LA ESTANFLACIÓN, ESA PESADILLA

Tiene un nombre que por sí sólo da miedo, casi como el título de una película de terror. Un nombre feo, cuyo sonido, al pronunciarlo, casi nos hace daño en los oídos. Y tiene nombre de mujer, qué le vamos a hacer. El lenguaje es así de machista, según el sumarísimo juicio que suele formar el ejército de feministas que nos ha rodeado y está lanzándose al asalto de la fortaleza.
Hacía décadas que no oíamos hablar de ella, aunque sí de su hermana la deflación, que durante dos o tres lustros tuvo tumbados a los japoneses en el sillón del psiquiatra y no eran capaces de encontrar el camino de salida. La deflación -caída de la actividad acompañada de una caída de precios- es lo peor que puede pasarle a un sistema económico. Es todavía más mala y perversa que la hiperinflación, aunque de ésta también conviene huir como de las drogas duras. Por eso los alemanes, que habían sufrido esa terrible adicción durante la década de los felices veinte, crearon una institución llamada Bundesbank, de la que no querían desprenderse, como niños de teta buscando desesperadamente el calor y la protección del pecho materno. El Bundesbank, cuyo nombre suena como un cañonazo prusiano, sólo tenía una misión en esta vida: velar por el valor de la moneda, que un marco siguiera siendo un marco, con su poderoso valor de compra incólume, aunque la bóveda celeste se desplomara sobre nuestras cabezas.
Costó mucho que los alemanes aceptaran renunciar a su querido marco y su querido Bundesbank. Hubo que pagar un alto precio, que consistió en crear un Banco Central Europeo a imagen y semejanza de la institución germana y cuya sede se estableció en Frankfurt, para reforzar el mensaje que los europeos de la zona euro queríamos lanzar urbi et orbi: cuidaremos el valor de nuestra nueva moneda con la misma inflexible firmeza con que los alemanes cuidaron el valor de la suya. Y en esas estamos, si bien Jean Claude Trichet podía haberse ahorrado sus recientes declaraciones sobre la posibilidad de subir los tipos de interés antes del verano. Palabras imprudentes, porque las subidas de tipos, como las bajadas y como las devaluaciones, se adoptan cuando se tienen que adoptar y punto, sin andar mareando la perdiz.
Precios al alza, por culpa del petróleo, las materias primas y la especulación, y tipos de interés también al alza para cumplir el sagrado mandato de velar por el valor de la moneda: he ahí la combinación que puede llevarnos a la temida y temible estanflación. Esta última situación, caracterizada por un crecimiento de la actividad económica muy bajo y un fuerte incremento de los precios, es menos mala que la deflación o la hiperinflación, pero, si llega a producirse, traerá duras consecuencias: aumento del paro, déficit público y caída del poder adquisitivo de las familias. Como decía, no habíamos oído la palabra estanflación desde la crisis de los años setenta del siglo pasado. Pero en estos últimos días ha aparecido en los medios de comunicación, porque tenemos una inflación interanual acercándose al 5 por ciento, el mercado interbancario pronosticando nuevas subidas del precio del dinero y el Ministro de Economía anunciando austeridad presupuestaria para el año que viene. Solbes dijo en el Congreso la semana pasada que la economía española crecerá en 2009 algo más de un 2 por ciento, pero el portavoz popular, Cristóbal Montoro, le replicó que esa previsión no se la cree nadie. El tiempo nos dirá quién llevaba razón, pero de momento el Gobierno le ha echado un poco más de leña al fuego de la inflación, con una subida del recibo de la luz que nos hace un poco más pobres, como las subidas del petróleo y los carburantes.

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