En las últimas horas he visitado el tanatorio de Tres Cantos para cumplir el penoso deber de dar el último adiós a Peru Egurbide, periodista del diario El País con quien coincidí en muchos viajes al extranjero. A quienes quieran saber un poco más acerca de Peru, les recomiendo que lean el obituario que le rindió su periódico en la edición de ayer, obituario que se completaba con un perfil trazado por Soledad Gallego-Díaz y un artículo de Miguel Angel Moratinos, Ministro de Exteriores.
Difícilmente podría yo definir o profundizar en la personalidad de Peru mejor que quienes escribieron esa emotiva página 49. Si me he puesto a escribir estas líneas es por dejar constancia del impacto que sufrí y el sentimiento de injusticia que me embargó cuando me contaron que Peru -a quien veía menos últimamente- había sufrido una larga serie de complicaciones médicas que le habían llevado a un estado de coma sin esperanza. La muerte -ese mar inmenso al que van todos los ríos- puede ser vista, en según qué circunstancias, como una liberación. Pero en general yo creo que la percibimos como un golpe cruel e injusto del destino, porque casi siempre llega demasiado pronto. En el caso de Peru podría hablarse de una injusticia doblemente agravada, porque el final le ha llegado cuando ni siquiera había cumplido 62 años, ni siquiera ha tenido ocasión de llegar a la edad de retiro y poder disponer de más tiempo para disfrutar su gran pasión por la ópera y la música clásica.
El periodismo que se hace en la radio es muy distinto y, a mi juicio, menos comprometido que el que se hace en los periódicos. Cuando digo menos comprometido me refiero a que el periodista de radio arriesga menos que el que tiene que escribir una larga crónica que quedará en negro sobre blanco y estará expuesta a todo tipo de críticas. En la radio las informaciones son más superficiales, más breves, y en muchas ocasiones se reducen a un titular y un "corte" de veinte o veinticinco segundos con las declaraciones del protagonista de la noticia. Los errores, en la radio, se los lleva el aire, mientras que en el periódico quedan a la vista de todos.
El periodista de prensa escrita puede sentir frente a los periodistas radiofónicos una cierta envidia al ver la celeridad con que despachamos o boletín horario y a otra cosa. Pero yo siempre he sentido envidia frente a los periodistas del papel porque me daba cuenta de que dominaban mejor los temas, tenían conocimientos más profundos, explicaban mejor los acontecimientos y el transfondo de esos acontecimientos. Y, en este sentido, Peru fue siempre para mí una referencia en aquellos años de viajes por todo el mundo, como lo fueron y lo siguen siendo Luis Ayllón, del diario ABC; Marisa Cruz, de El Mundo; o Marco Schwart, de El Periódico de Cataluña. Siempre que pude busqué la conversación con Peru, que tenía un cierto aire de lobo estepario, como quedó dicho ayer en el acto de despedida en Tres Cantos. Sentía admiración por su inteligencia, su trayectoria profesional y su vasta cultura. A él le gustaba el sonido de mi voz y a veces me lo decía en algún aeropuerto, lo cual no deja de ser un halago extraordinario viniendo de un melómano como él. Ojalá fuera verdad una cosa que dijo Luis Ayllón en la capilla del tanatorio: que existe otra vida y que en esa otra vida, cuando llegue la hora, tendremos ocasión de darnos un abrazo.
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Hace 4 años
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